< Detras de la cortina

El Perú belaundista

El 28 de julio de 1980 fue un día de fiesta. Esa fecha se restituyó la democracia. Había pasado un docenio de gobierno militar en su primera fase (Juan Velasco Alvarado), y la segunda con Francisco Morales-Bermúdez. Belaúnde fue expulsado de Palacio el 3 de octubre de 1968, luego de una crisis política que no pudo manejar. El presidente del Comando Conjunto de la Fuerza Armada, el dictador Juan Velasco Alvarado, lo derrocó y lo envió a Argentina.

El gobierno militar fue un régimen estatista, incapaz, corrupto y abusivo. En él se generaron grandes fracturas: ricos contra pobres, blancos contra no blancos. Tampoco fue un régimen autocrático ni desarrollista, como el de por ejemplo, Corea del Sur. Y para el tribuno aprista Héctor Vargas Haya, fue el contrabando, -no el afán revolucionario, como lo señaló en su libro del mismo nombre - el verdadero origen del golpe. Archivos de una investigación que la dictadura confiscó.

Belaúnde no quería repetir los errores que lo llevaron a la crisis. Comenzó su gobierno con un acto de justicia: devolvió los medios de comunicación expropiados por el velascato a sus legítimos propietarios.

Posteriormente, el régimen propuso, a pesar de las fricciones con los sectores de izquierda, la elaboración de una nueva constitución, y una reforma del Estado. Luego de tensas negociaciones con fuerzas políticas, económicas y sociales, el gobierno logró aprobarla. La medida establecía básicamente la adopción de la economía de mercado, con bases en la industria, comercio, y el desarrollo de la pequeña y micro empresa. El papel del Estado sería de promotor y eficaz regulador. Posteriormente, vía un referéndum prístino, se logró aprobar una nueva carta magna que acabaría con el estatismo y populismo de raíz, e impulsaría un Estado acorde con el Perú en tamaño. Eficaz y honesto.

Un viaje a Corea del Sur había convencido a Belaúnde que nada de eso sería posible sin una educación de calidad, por lo cual no sólo se aumentó su presupuesto, sino se logró controlar al SUTEP, organismo radical de izquierda. Pronto florecerían las patentes y los negocios. Los pobres de ayer, gracias a esa nueva educación, se volverían los clasemedieros de hoy, y el analfabetismo sería prácticamente erradicado del país.

Similares acciones se realizaron en Justicia y Salud, donde la judicatura sería, por fin, respetable y previsible, la policía honrada y competente. Esto logró disminuir notablemente los índices de inseguridad, mientras que en el Sector Salud, se lograría eliminar la desnutrición infantil, y se ampliaría la cobertura con calidad. Atrás quedarían las colas, las esperas y los maltratos, que un puñado de empleados capaces y honestos del sector no podían revertir.

Pero no sólo esto, en el segundo gobierno belaundista abortó también una revolución maoísta, encabezada por Abimael Guzmán. Belaúnde creó un comando especializado que capturó a este líder sanguinario, con lo cual se evitaron miles de pérdidas humanas y materiales. Las guerrillas del 65 le habían acusado el golpe.

El segundo régimen belaundista, fue pues, la corrección de la historia, o de su historia. El régimen repuesto por el pueblo impulsó la minería. Como resultado de estas medidas, el Perú crecería 8, 9, y 10% durante esos años, opacando a su rival de siempre, Chile. El consumo y la inversión afloraban. Todo en un ambiente de seguridad.

Esta bonanza y buen tino del gobierno habían aplacado las naturales tensiones políticas. El APRA y el PPC, socio del gobierno, y aún parte de la izquierda, habían antepuesto los intereses del país a los partidarios. Los planes desarrollistas de los que hablarían treinta años después su ex compañero y futuro candidato populista Alfredo Barnechea eran un éxito.

En 1985, sin embargo, aún con ese ambiente auspicioso, aún existía un bolsón de 18% de pobreza, y apareció dentro del APRA la figura de Alan García Pérez, quien, a despecho de sus correligionarios, planteaba reformas radicales, como el pago de 10% de deuda externa. Deuda externa que se había reducido drásticamente en esos años, luego de ser generada e inflada por el gobierno militar.

García era un diputado de buen verbo, pero temperamental, voluntarioso pero confuso, inteligente pero con demasiado ego. Barnechea diría muchos años después que si el ex presidente hubiera leído un libro de economía no se habría generado la crisis que padecimos.

Ese 13% lo veía con simpatía y lo haría crecer- opacando a un respetable líder de izquierda como Alfonso Barrantes- y lograría ganar las elecciones, y desarrollar un gobierno que nos mandaría al cuarto mundo en un festín de inflación, violencia, y corrupción, que prepararían el ingreso de un autócrata sanguinario e incomparablemente corrupto como Alberto Fujimori. Cualquier similitud con la irrealidad no es coincidencia, aunque claro, hay excepciones.