< Detras de la cortina

La orgía gay del profesor

En compensación o en castigo por esas venganzas a las que me refiero al principio de este libro o la ejecuto en el episodio de la chica del balcón, la vida te coloca también en situaciones atroces, cuando te sientes con absoluta impotencia y en la más absoluta soledad. La vida también se vengará de ti, no lo olvides.

Voy yendo hacia el paseo Colón y siento de pronto unos pasos sospechosos tras de mí, unos pasos presurosos y una voz que me dice: “Profesor don Chema, profesor don Chema”.

Volteo y me encuentro con un rostro vagamente conocido. Tendrá cuarenta años este sujeto, le baila por lo flaco un terno gris con una camisa crema sin corbata. Es un terno arrugado que podría haber heredado del vestuario de una película de los años cincuenta.

Viéndolo bien, todo él podría ser una herencia de los años cincuenta. Del bolsillo derecho de ese terno gris le sobresale un papel tan arrugado como el terno. Digo mejor, lo que entreveo no es un papel, son varias hojas de papel, dobladas, casi enrrolladas. Y esas hojas de papel me recuerdan los manojos de papeles con los que hace tiempo los reporteros de prensa tomaban sus notas. Esas cuasi libretas improvisadas llenas de apuntes confusos, anotaciones impertinentes al trabajo que se registraba, como números de teléfonos y hasta manchas de café.

Quién será, pienso. Y él me dice:

-Profesor Don Chema, no sé si me recordará. Yo he sido su alumno en la universidad, hace unos veinte años.

-Disculpe que no me acuerde de su nombre, son muchos años.

- No se preocupe, son muchos años…

- Y además quién seré yo para usted, no faltaba más. En cambio, yo a usted lo sigo en sus programas de radio y televisión, cada vez que puedo, profesor Don Chema…

- Bueno. Y usted, ¿se ha dedicado a la profesión?

De eso justamente quería hablarle, si me permite, profesor Don Chema…

“Profesor Don Chema”

Confieso que ya me estaba cansando ese “profesor don Chema”, una frase ridícula que ya me parecía algo irónica, sobre todo en la última repetición. Me dispuse a esperar que me dijera lo que tuviera que decirme. Pero se me había clavado ese “justamente quería hablarle”, síntoma de que aceptar el pedido me iba a costar varios minutos.

-Diga usted…

 - Profesor Don Chema, usted me ha preguntado si yo estoy trabajando en la profesión y yo estaba a punto de decirle que no, pero no es verdad. Es decir, no sería totalmente cierto, aunque sí en parte. Tengo algo que decirle. He estado varias veces a punto de ir a buscarlo, porque como ya le he dicho, yo sigo sus programas. Pero no me he atrevido. Y ahora que lo encuentro, lo veo caminar pensativo. Lo he visto de lejos y me acercado. Lo he estado siguiendo varias cuadras, he estado dudando, ¿le digo o no le digo? ¿lo paro o no lo paro? Hasta que me he decidido…

Toda esa explicación me la iba dando mientras levantaba la vista totalmente. Cuando llegó a mirarme de frente no sólo lo noté aliviado, sino hasta con un cierto aire de superioridad.

-Profesor don Chema, hace tiempo usted apareció en una nota del semanario Confidencial, no sé si lo recordará.

-¿Confidencial?

Confidencial, ese semanario que hacía campaña contra Gisela Valcárcel, ¿recuerda? El que sacaba el cuerpo de una calata y le ponía la cara de Gisela Valcárcel como si ella fuera la de la fotografía.

Confidencial. Ahora sí. Confidencial había publicado una nota en la que yo aparecía como organizador de orgías gay en un viejo cine del centro de Lima, cine al que yo no asistía desde hacía más de veinte años. No asistía y ni siquiera sabía si ese cine todavía existía.

Era el cumplimiento de una amenaza. Yo era ejecutivo de una compañía y la gente de Confidencial había ido a pedirme que le colocara publicidad. No conocía ese semanario. Pedí un ejemplar, vi la foto de la calata que mi exdiscípulo me recordaba ahora y les dije que no, que de ninguna manera. Y me sorprendió la frialdad con la que el enviado de ese semanario me dijo: “Señor Salcedo, aténgase a las consecuencias”. Aténgase a las consecuencias.

Y la semana siguiente, salió el reportaje de la orgía gay. Recurrí a los abogados de la empresa, soporté sus sonrisas y me dijeron que no valía hacerle pleito a ese periodicucho, porque era un periodicucho, pero, además, porque los jueces que verían mi pleito temerían que ese periodicucho los sacara al fresco, porque algo tendrían los jueces que aquel periodicucho les pudiera sacar.

Insistí, por supuesto, hasta que los abogados fueron minando mi furor inicial con resignadas reflexiones sobre el periodismo y la judicatura realmente existentes.

Y uno de ellos, haciéndose el gracioso llegó a decirme: “Señor Salcedo, no se preocupe, ser maricón no es un delito”.

Claro que recordaba.

-Profesor don Chema- me dijo mi exalumno-, yo fui el autor de aquella nota sobre la orgía gay. Eso es lo que le quería decir. Yo sé que a usted le debe parecer horrible, no solo porque usted fue el afectado, sino, sobre todo, porque usted ha sido mi profesor. Aparte, por supuesto, de que no es maricón, creo.

Casi lo aplaudo. No era para menos. Estaba ahí, frente a mí, tenía el cuajo de contarme toda esa historia. Está al frente, está flaco, está solo, qué hago, pensé. ¿Lo mataré? Me invadió una horrible angustia. Desesperada. En ese momento necesitaba a alguien, un cómplice, un testigo, alguien. Y nadie había. Y el tipo, encima, me quería vender información. Era el vendedor de un equipo de chuponeo y cosas así, espías, a los que, encima, había que agradecer su patriotismo. Veremos.

*Periodista

*Conductor La Rotativa del Aire, Edición tarde RPP

Ampliación del Domingo

Reproducido con la autorización del autor

Tomado de “Inútil es decir que te he olvidado”

Págs. 95-99

Editorial Tierra Nueva, Iquitos