Lima, la ciudad vertical
Caminar por la ciudad, aún en una ciudad tan bizarra como Lima, es un ejercicio tan necesario como increíble. Y es que en nuestra ciudad, se puede ver de todo: es el lugar ideal para sociólogos o antropólogos, y para todo tipo de investigadores sociales.
Pero la capital está cambiando hace muchos años, para bien o para mal. Ya no es esa capital de limeños de tercera generación. Es fundamentalmente, una ciudad de raíces provincianas, donde uno puede encontrar, por ejemplo, comida y locales regionales. Una ciudad por así decirlo, mestiza y variopinta.
Uno de los aspectos donde más está cambiando Lima es en su fisonomía, se está volviendo una ciudad vertical. En los sectores urbanos medios como Surco, San Borja, y Miraflores, los chalets de clase media han ido desapareciendo, para dar paso a los edificios de departamentos, lo cual ha afectado la ciudad. De una manera dramática.
No existe calle o avenida, donde no haya una obra, o mejor dicho, un edificio en construcción. La verticalización está en boga. Cuadrillas de obreros trabajando bajo las inclemencias del clima: tarrajeando, cargando cemento, pintando -no sabemos si con máscaras y equipo de protección-, todo el día y a veces hasta el ocaso. Y además se avistan los paneles publicitarios de las inmobiliarias, de las concreteras y la parafernalia propia de la actividad. Y eso, para no hablar de los accidentes que le han costado la vida a más de un obrero u operario.
La construcción es la actividad económica por excelencia. Más que otras. Por eso Roosevelt apeló a ella en Estados Unidos. Para salir de la recesión. Crea riqueza, genera empleos directos e indirectos: ingenieros, albañiles, electricistas, carpinteros, gasfiteros y agentes inmobiliarios. Tiene un efecto multiplicador. Además, todos tenemos derecho a una vivienda, pero digna, como lo establece, aunque pomposa y casi líricamente, la Constitución. Eso es lo democrático, lo justo, en un país donde la escasez de vivienda es un problema grave.
Sin embargo, al transitar por estas zonas de Lima, se pueden observar otros aspectos: 20 carros en una vía de un solo sentido, polvo, ruido (ése es otro tema). Pero lo más grave son las consecuencias de todo este “boom” inmobilario del cual obtienen réditos principalmente las empresas, los bancos, los municipios, pero menos el vecino.
Donde antes había una casa con tres, cuatro, cinco o seis personas, hoy el espacio lo ocupan ocho, doce, o dieciséis departamentos, de acuerdo a la zonificación, que ha cambiado demasiado en los últimos tiempos, y que ha llevado a esta situación. Se trata entonces no sólo de construir viviendas, sino que éstas ocupen un área urbana apropiada.
El “boom constructor” no tendría nada de malo si Lima fuera una ciudad donde se planifique su crecimiento y no se afecten los servicios, pero no es el caso. Cada vez son más numerosos los cortes o la disminución de la presión de agua, los apagones (debido a esto y a la crisis energética, en ambos casos por no planificar), y la dificultad para conseguir una línea fija, hablar por celular, o conectarse a Internet.
En otras palabras, el crecimiento inmobiliario frenético y caótico está llevando a la ciudad a un colapso, si es que no está ya en uno, mientras que las autoridades se ufanan de su desarrollo y de vivir en un “distrito feliz”. La fiebre de la edificación se está convirtiendo en una enfermedad en Lima, y los alcaldes silban al techo (y no al suyo) y editan costosas revistas, pagadas o subvencionadas por los vecinos.
El país cuenta - y tal vez ése es su problema- con excelentes ingenieros civiles, arquitectos, y empresarios audaces. En principio, no hay nada malo en ello. El problema es que hacen falta urbanistas, que no están, o si están, no les hacen caso. A ello se agrega la falta de un catastro urbano integral. Es decir, un panorama preciso de lo que hay en nuestra capital, en términos de casas, áreas libres, parcelas agrícolas, entre otras cosas, para saber con certeza hacia dónde conviene que la ciudad se extienda, si aún es posible.
Tiempo atrás, un vecino, ingeniero civil, le refirió a mi padre que tuvo que renunciar a su empleo en una municipalidad por rechazar cambios de zonificación, que son las armas administrativas, por así decirlo, que han provocado todo esto, con la permisividad, por decir lo menos, de las autoridades.
Algunos dirán que esto es inevitable, y que Lima tiene que crecer para arriba. Así lo quisieron hacer las inmobiliarias en South Miami Beach, con la anuencia de la municipalidad local. Pero los servicios públicos (incluso la capacidad de las aulas escolares) colapsaron, como lo anunciaban periódicos locales el 2006. Más aún, el tránsito vehicular en las áreas circundantes aumentó dramáticamente (consecuencia del incremento poblacional), y por ende aumentaron también los embotellamientos. De nada valió - experiencia que esperamos tenga en cuenta el Alcalde Luis Castañeda - ampliar el número de carriles (como se hace actualmente en un trayecto de la Panamericana Sur), porque en el mediano y largo plazo no se mejoró el tránsito, sino se aumentó aún más la circulación de vehículos particulares. Hoy los condados adyacentes a South Miami Beach intentan promover el uso del Tri Rail, un metro que promueve el uso de este servicio de transporte público masivo, y ya no el vehículo privado.
Creemos que alguien tiene que hacer algo, no para el corto plazo, como lo hace nuestro alcalde. Y es que nos desagrada la idea que en otra ciudad “replique” el fenómeno. Salvo mejor parecer.