Empresas, ¡NO contraten asesinos al volante!
Una mañana, muy temprano con rumbo a Lurín, me tocó ver un espectáculo siniestro: camiones de gran tamaño, no sólo ocupando todas las pistas de la carretera, sino que ¡poniendo velocidad entre ellas! Imaginar el colapso masivo o choque de enormes dimensiones que cualquier descuido hubiese acarreado, literalmente ¡pone los pelos de punta!
Y una cosa es que se lo cuenten y otra que se lo mire desde el centro mismo del enjambre de vehículos. Es como estar en el vórtice del tornado.
Me relató un amigo que, el viernes pasado, volvía a Lima desde el sur y que un camión gigantesco se pasaba de la auxiliar a la pista del centro a alta velocidad, como si estuviera manejando, absolutamente solo. El criminal al volante no reparaba en el resto de automóviles, pues, para él y sus supuestas razones, era prioritario llegar a Lima con prisa, demasiada prisa. El aterrado amigo logró identificar el teléfono de la empresa dueña o que alquilaba el camión de marras. Llamó y reportó su queja, mas aun, explicó con lujo de detalles qué podría acontecer si el irresponsable chofer colisionaba y producía multitud de daños, perjuicios y muertes: el desprestigio total de la firma a la que pertenecía.
Algo más cerca de Lima, nuestro relator logró avistar el mismo camión, que iba por la derecha con prudencia seráfica y paciente. Es decir, ¡su llamada calmó a la bestia del volante! En buen castellano vía radio o lo que fuese, desde la central, reprendieron al granuja y este entendió que debía corregir su actuar mortífero.
Escenas, como las narradas, suceden a diario en todo el país. Las noticias de muertes por choques, atropellos, con fuga de los réprobos asesinos, forman parte de lo cotidiano en Perú. Por razones misteriosas, no se considera que el derecho a transitar por las calles, manejar un vehículo en paz y con las garantías de supervivencia compartida mínimas son parte, y fundamental también, de la seguridad ciudadana. Cuando se mata a un conductor o a un viandante, ¿no se atenta contra sus derechos humanos? ¿O vivimos, con la miopía - cuasi ceguera - de creer que solo ocurren estas violaciones cuando nos meten a la cárcel? ¡Qué torpeza, como la de un elefante en cristalería!
Los camiones deberían llevar el número gigante que designa al guarismo de la flota que integra, la empresa que lo alquila o a la que pertenece, el teléfono directo para reportar inconductas, todo este cúmulo de datos, muy visible, al lado de la placa de modo tal que cualquier persona pueda filmar, fotografiar o leer el identikit del vehículo en caso de ocurrencia, peor aún, si hay muerte o muertes en las carreteras.
En muchas partes del mundo, y aquí también, ya existen inscripciones con las características antes señaladas. ¿Y qué hay de los ciudadanos de a pie? ¡Tienen que aprender a reportar los excesos en que incurren los asesinos al volante, con los datos completos y con serenidad, que ayuden a la PNP a identificar a los delincuentes! El uso de celulares con cámara digital, el envío por correo electrónico de las fotos y la celeridad de las comunicaciones debieran representar la acción represiva rápida, el arresto y cárcel de los asesinos del timón.
¿Qué deberían hacer el Estado y los gobiernos? Muy simple: entender y comprender que, en sus legislaciones, los asesinos del volante, no pocas veces ebrios, cansados por el trabajo demasiado prolongado, muy mal entrenados, siempre terminan en sucesos trágicos que arrebatan, de entre nosotros, a seres humanos, que dice la Constitución, como su primera obligación, es la de protegerlos.
La acción depredadora de los asesinos del volante, que no pocas veces falsifican placas de rodaje, brevetes o documentación diversa, es parte de un accionar delincuencial que merece y requiere las medidas más drásticas como pena perpetua y retiro absoluto del brevete.
El derecho a vivir de los ciudadanos de a pie y al volante de sus vehículos, cuando se horadan y destrozan por los asesinos, ¡también son derechos humanos!
Cuando, en medio de la garúa horrenda que azota Lima en estos meses, me dirigía al sur y veía la conducción horripilante de esos camiones, que me flanqueaban o adelantaban con temeridad, me ratifiqué en mi vocación de caminante y de sujeto no hecho para el timón de un auto. ¡Ni qué decir camioneta o camión!