Detras de la cortina

En el espejo de Brasil

Las recientes y multitudinarias manifestaciones en Brasil, una de las economías más grandes del mundo, integrante del BRICS (Brasil, Rusia, India y China, Sudáfrica), deberían obligarnos a hacer una profunda reflexión.

 

Durante muchos años, diferentes voces nos han venido hablando del célebre modelo brasileño, instaurado desde la llegada de Luis Ignacio "Lula" da Silva al poder. Sin embargo, habiendo pasado más de una década, resulta evidente que los brasileños no están conformes con lo que tienen.

 

Lo que empezó por un reclamo sobre la tarifa del transporte de pronto se transformó en una serie de protestas incontrolables, encabezadas o cuando no integradas por una clase media que exige mejoras, principalmente de los servicios estatales.

 

Es importante recordar, que, en Brasil, se estima que 40 millones de personas han salido de la pobreza en la última década, y el gobierno recibe en impuestos 400 mil millones de dólares al año, un 35% del producto bruto interno.

 

A los manifestantes poco les importó que las protestas se desarrollaran en medio de la “Copa Confederaciones”, torneo amistoso de fútbol internacional, porque como se sabe, en ese país el vóley es el deporte número uno. Y el fútbol es religión.

 

Según John Paul Rathbone, en un despacho del Financial Times que reproduce “El Comercio”, es discutible hasta qué punto la mejora se debe a políticas públicas positivas o a los precios de materias primas, impulsados por China e India.

 

Brasil -Rathbone lo recuerda- es una de las sociedades más desiguales del planeta, y las nuevas clases medias no pueden darse el lujo de pasar de una salud o una educación pública a una privada, con lo cual se ven obligadas a recibir servicios de mala calidad.

 

La escalada de violencia que azotó al gran país es un verdadero sacudón al gobierno de parte de la ciudadanía, harta de la corrupción (como el famoso caso del mensalao, o de pagos mensuales), los estadios (aunque el fútbol es privado) y una deficiente administración pública.

 

En nuestro país, alrededor del 70% de los peruanos ya pertenece a la clase media, y entre el 40% o 50% se sitúa como clase media consolidada, según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), con base en datos del 2011.

 

Asimismo, esa cifra incluye a la clase media emergente, que conforma el grupo que salió de la pobreza, que representa el 20% de la población en el Perú. “El Perú ha venido registrando tasas de crecimiento aceleradas y eso ha permitido reducir la pobreza. También se ha expandido la clase media en el Perú […]. El crecimiento económico en el Perú es pro clase media”, como refirió Fidel Jaramillo, funcionario de ese organismo a “El Comercio”.

 

Esta noticia, sin duda positiva, que constituye un premio al indesmayable esfuerzo de los ciudadanos, tiene que comprometernos a mejorar la calidad de nuestros servicios. Los peruanos celebramos que estamos no primeros ni segundos, sino ¡sextos¡ en nivel de vida en América Latina. Requerimos que los hospitales públicos funcionen, que las pensiones de nuestros jubilados sean dignas, que las escuelas y universidades estatales impartan educación pública académica y técnica de calidad y que nos prepare para el siglo XXI, que la seguridad sea un objetivo del gobierno, y que la justicia no sea inalcanzable, esquiva, o corrupta.

 

Volviendo a Brasil, su presidenta, Dilma Rousseff, demostrando sensibilidad o reflejos, según como se vea, ha ofrecido estudiar medidas para realizar reformas políticas sin alterar la constitución federal (cosa que muchos incautos insisten por acá).

 

Entre nosotros, el congreso descartó recientemente la posibilidad de terminar con el voto preferencial, uno de los peores vicios de nuestro sistema, y mientras que - lo decimos una vez más - no se hagan las reformas políticas que acerquen el estado al ciudadano, las cosas seguirán igual. No nos sorprenda después, ver piquetes de clase media empoderada que protesten violentamente, reclamando mejores servicios para sus familias. Hemos avanzado, pero necesitamos ir a mayor velocidad, para no terminar en el espejo de Brasil.