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Tiranías con seudo ropaje democrático

En opinión de Hakansson, las tiranías aparentan ser democráticas un tiempo, pero tarde o temprano revelan su verdadero rostro: restricción de derechos civiles y políticos, monopolización de las fuentes productivas, abolición de los procesos electorales y control de los ciudadanos para defender el régimen opresor.

El ejercicio del poder político en una democracia requiere un perfil específico. En primer lugar, aunque parezca sorprendente, los clásicos argumentan acertadamente que los individuos adecuados para ejercer el poder son aquellos que, además de estar preparados, deben ser casi obligados a asumir el cargo ejecutivo. Estas personas, por naturaleza, preferirían mantenerse alejadas de las riendas del poder y de la toma de decisiones sobre la administración pública y el destino del país. En segundo lugar, estos líderes deben respetar la duración de su mandato, promoviendo la alternancia mediante elecciones periódicas, universales y transparentes. Respetar ambos principios es esencial para una democracia saludable.

El poder político desgasta con el tiempo, y cuando se practica sin límites formales y materiales, transforma a quienes ostentan el poder en tiranos. La tiranía se alimenta del control sobre las instituciones y la sociedad, y conlleva la necesidad de perpetuarse en el tiempo sin límites. Salir de esta condición resulta inviable para los gobernantes, quienes temen ser detenidos, juzgados y encarcelados. El gobernante en una tiranía se convierte en una especie de “esclavo de su propia condición,” donde su libertad personal depende de la estabilidad del régimen opresor. Es consciente de que abandonar el poder equivale a perder su libertad individual y ser juzgado por sus crímenes.

Las tiranías pueden aparentar ser democráticas durante un tiempo, pero tarde o temprano revelan su verdadero rostro cuando la mayoría de los ciudadanos despierta: restricción de derechos civiles y políticos, monopolización de las fuentes productivas, abolición de los procesos electorales y control de los ciudadanos para defender el régimen opresor. Los servicios de inteligencia actúan como un software activo y en constante actualización para mantener el statu quo e impedir la aparición de liderazgos de oposición que representen una amenaza para la élite gobernante. El control del ejército por parte de la élite gobernante es un factor disuasorio contra cualquier tipo de insurgencia ciudadana que busque restablecer la democracia.

Un rasgo típico de las tiranías es el aumento de presos políticos, la misteriosa desaparición de opositores y el incremento de asilados en el extranjero. Los ciudadanos con mayores recursos son los primeros en abandonar el país en busca de otros destinos, seguidos progresivamente por la clase media en busca de nuevas oportunidades personales y familiares, hasta que finalmente se produce un éxodo masivo de personas que ya no encuentran sustento ni ayuda humanitaria, viéndose obligadas a migrar como puedan.

Las tiranías disfrazadas de democracias fraudulentas son difíciles de remover cuando las respalda el ejército y se consolidan bajo un aparato estatal invadido de funcionarios que forman parte del régimen y que, además, saben que están controlados tanto en sus trabajos como fuera de ellos, ante cualquier conversación casual con un desconocido en la calle: “el pez por la boca muere”. Los regímenes democráticos viven de la alternancia política, mientras que las tiranías buscan permanecer en el poder a cualquier precio.

Publicado en el blog Polis, y en el Portal el Montonero, el 30/7/24