José María Eguren: Un niño y una lámpara azul
La vida de José María Eguren ( Lima, 7 de julio de 1874 – 19 de abril de 1942) apenas rozó la realidad debido al ensimismamiento que lo caracterizaba y a la fragilidad de su salud, que se manifestaba con los accesos de fiebre que frecuentemente lo atacaban (y que le impidieron asistir a la escuela). De niño vivió en la hacienda Chuquitanta, donde el padre trabajaba como administrador, pero hacia1900, luego de quedar huérfano, se trasladó al distrito de Barranco, en Lima, con sus dos hermanas mayores. Entonces ya era un lector empedernido y disciplinado que, con los años, asumiría el puesto de director de Bibliotecas y Museos Escolares del Ministerio de Instrucción, gracias a su amigo José Gálvez Barrenechea.
En la poesía de Eguren se da el mismo tenue toque con lo real, al menos en contraposición a las corrientes revolucionarias que maduraban en su tiempo. Eguren sostenía la idea de las “correspondencias” entre el mundo sensible y el espiritual, incluso mediante recursos como la cinestesia o la conciencia máxima del cuerpo.
El mundo poético de Eguren se asemeja a un sueño infantil poblado de elfos, damas del bosque, reyes, princesas, imágenes estáticas de objetos profundamente simbólicos. Su poesía se integra con el desarrollo de artes visuales, como la pintura y la fotografía, en las que ahonda con ese sentido onírico y hasta fantasmal que lo haría decir poco antes de morir: “Vivo cercando el misterio de las palabras y las cosas que nos rodean”.
Eguren vive en momentos en los que la cultura y la política buscaban integrarse en un proyecto revolucionario. José Carlos Mariátegui tenía la última palabra en este complejo proceso que aglutinaba a intelectuales y creadores. Pero la digresión que representó Eguren para esa tendencia produjo que Mariátegui hiciera una observación que pone de relieve la ubicuidad del poeta: “Eguren representa en nuestra literatura a la poesía pura; porque su poesía no tiene máculas ideológicas, morales, religiosas o costumbristas e ignora lo erótico y lo civil”. Entre los mundos reales, prefirió un universo propio que expandió a la medida de su poesía.
El poeta simbolista, que siempre vestía de negro y caminaba todos los días desde Barranco hasta su trabajo en el centro de Lima, publicó libros como Simbólicas y La canción de las figuras, donde da cuenta de su extraordinario y tantas veces incomprendido talento.
Para algunos era un poeta extraño y desconectado de la realidad. Para otros, un mago de las palabras capaz de recrear un mundo de ensueño poblado de personajes fantásticos, probablemente extraídos de aquella infancia negada. No en vano, en una de esas largas caminatas diarias, le comentó al escritor Ciro Alegria -con la inocencia que caracteriza a los niños- su último gran proyecto: la construcción de un castillo hecho con palitos de fósforos.