Traiciones y dictadura del auténtico Simón Bolívar: el millonario «español» que se hizo revolucionario
La historia recuerda a Simón Bolívar como el gran libertador de Sudamérica y el hombre que soñó con una confederación democrática de estados libres al estilo de EE.UU. Se cuidan los que han levantado esta pulida y mitificada versión de Bolívar, hoy reverenciado por cierta izquierda americana, en omitir el giro despótico que invadió al criollo en varios periodos de su vida. Aparte de su mala opinión de los indígenas, «seres incapaces de una concepción política»; o de su hostilidad hacia Perú, que veía como una amenaza a su Gran Colombia.
Nacido en el seno de una familia de ascendencia española de Caracas, Bolívar ingresó muy joven en el Batallón de Milicias de Blancos de los Valles de Aragua, donde su padre ejercía sus funciones de oficial y tenía un gran hacienda. En 1799, realizó un viaje a Europa para perfeccionar su formación militar, si bien fue entonces cuando germinó en su interior las ideas independentistas contra la «Madre Patria». Ya en la rebelión iniciada por Francisco de Miranda, en plena Guerra de Independencia española, cobró Bolívar un importante protagonismo como el hombre que convenció al exiliado en Londres de regresar a América.
Caído el prestigio de Miranda, el criollo le traicionó en última instancia para salir con vida de este primer intento de independencia. Bolívar hizo prisionero a Miranda y lo entregó al Ejército español a cambio de un salvoconducto para regresar a Caracas, si bien finalmente se dirigió a Cartagena de Indias con la intención de encender una nueva rebelión.
Una guerra civil entre españoles
Lo que vino a llamarse la «Campaña Admirable» dio luz a la Segunda República, un régimen totalmente personalista del criollo, que trasladó la guerra a un nuevo nivel de violencia y confrontación social. Lejos del relato clásico de la lucha de los americanos por conseguir su independencia respecto a los españoles, las sucesivas guerras de emancipación que se vivieron en los territorios del Imperio español fueron, en esencia, una guerra civil entre españoles, esto es, españoles de América contra españoles de Europa.
Los procesos corrieron a cargo de criollos dueños de grandes plantaciones e intelectuales enriquecidos, que recibieron el apoyo indirecto de EE.UU. e Inglaterra, empezando con el comercio de armas y barcos de guerra a los insurgentes. Sin ir más lejos, la familia de Bolívar era dueña de extensas plantaciones de cacao, con indios de encomienda y esclavos negros. La población mestiza e indígena combatió de forma indiferente en ambos bandos y no mejoró, sino todo lo contrario, su situación una vez se marcharon los europeos.
Tras sucesivas derrotas a manos del Ejército español, la Segunda República de Bolívar se deshilachó a la misma velocidad que se había creado. Cuando en 1814 Fernando VII regresó al poder, pudo organizar una expedición de 10.500 soldados desde España y restablecer el poder real en todos los territorios. Poco después, Bolívar renunció a su mando y, en mayo de 1815, se exilió a Jamaica, en manos británicas. Un periodo de reflexión en el que el criollo español abandonó su proyecto de independencia regional y se abonó a uno continental. Revestido de democracia a toda costa, Bolívar postulaba un sistema político propio de los caudillos latinos, con un presidente vitalicio y una cámara de senadores hereditarios integrada por los generales de la independencia…
En 1819, logró la independencia de Nueva Granada y el nacimiento de la Gran Colombia, de la cual se convirtió en dirigente. Sin tiempo que perder, impulsó una ley de expulsión de los españoles el 18 de septiembre de 1821 por la que todos los ciudadanos con origen peninsular que no demostrasen haber formado parte del movimiento independiente serían sacados a la fuerza del país.
Puesta su mirada en el sur, el todopoderoso Virreinato del Perú, trató de forjar una alianza con José de San Martín. Durante una reunión entre ambos en Guayaquil, Bolívar concluyó decepcionado que el libertador del Perú «no creía en la democracia, estando convencido de que aquellos países no podían ser regidos más que por Gobiernos vigorosos, que impusieran el cumplimiento de la Ley, ya que cuando los hombres no la obedecen voluntariamente, no queda más arbitrio que la fuerza». Cuando San Martín le ofreció el liderazgo de la campaña libertadora en el Perú, Bolívar le dio a entender que solo lo aceptaría si él se retiraba del Perú. ¡O Bolívar o nada!
Así lo hizo San Martín, que puso rumbo a Europa, si bien el verdadero problema de Bolívar con Perú era la amenaza que suponía como país para su amado proyecto de la Gran Colombia. En opinión del historiador Hugo Pereyra Plasencia, Bolívar llegó al Perú no tanto por dar la libertad a los peruanos, «sino principalmente por el interés geopolítico de destruir de raíz lo que consideraba como una amenaza para la Gran Colombia, […] Por eso se crea Bolivia, para cortarle las patas al “monstruo” peruano». Lo poco que le importaba la libertad local se demostró cuando, en 1825, Bolívar dispuso la anulación de la emancipación de los esclavos que había decretado San Martín y poco después implantó de nuevo el tributo del indígena, que también había sido eliminado por San Martín el 27 de agosto de 1821.
Ese mismo año, el Congreso Constituyente convocado por él en Perú ordenó levantar una estatua ecuestre de Bolívar en la plaza del Congreso, donde está actualmente, y el pago de una recompensa de 1.000.000 de pesos, cantidad que representaba, más o menos, la tercera parte del presupuesto anual del Perú de la época, como una «pequeña demostración de reconocimiento» hacia su figura.
Bolívar llegó al Perú no tanto por dar la libertad a los peruanos, «sino principalmente por el interés geopolítico de destruir de raíz lo que consideraba como una amenaza para la Gran Colombia»
Años de dictadura
Bolívar soñaba con replicar los EE.UU. en un territorio fragmentado, de carácter provincial y diverso, que en algunas zonas veía con poco o nada entusiasmo el proyecto confederado, como en el caso de Perú. En los años posteriores el «libertador», que empezó a acaparar poder y actuar de forma despótica, fracasó en su intento de imponer su visión de la democracia a todo el continente.
En 1826, el levantamiento de José Antonio Páez contra el orden impuesto en Venezuela por Bolívar, unido al rechazo de la unión con Colombia, comprometieron gravemente el proyecto de la Gran Colombia. Tampoco salieron las cosas como él había previsto en la Asamblea de Panamá (1826), donde intentó conseguir la unión continental a través de una confederación, quedando reducida la participación a Colombia, México, Perú, Chile y las Provincias Unidas de Centroamérica y los compromisos a solo buenas palabras.
Además, concluida la guerra contra el Imperio español, la aristocracia limeña consiguió la anulación de la Constitución bolivariana que se les había impuesto con el argumento de Bolívar de que, aunque no fueran legales los métodos para aprobarla, era «popular y por lo tanto propio de una república eminentemente democrática». Ni entonces, ni hoy, Perú guarda buen recuerdo del Libertador.
Sobrepasado por las circunstancias, Bolívar asumió en 1828 en un pronunciamiento en Bogotá plenos poderes dictatoriales, lo que condujo a la rebelión colombiana contra su dictadura pretoriana. Entre las medidas impopulares que impuso, estuvo una serie de privilegios a la alta jerarquía del Ejército y la restitución del impuesto de la alcabala, un impuesto español que se había llevado a América tras la conquista y del cual muchos criollos se habían quejado a lo largo de los tiempos.
La invasión del ejército peruano al frente de La Mar, la insubordinación del general de su mayor confianza, José María Córdoba, y un intento de asesinato el 25 de septiembre de 1828 le señalaron la puerta de salida. Bolívar, gravemente enfermo y en proceso depresivo, presentó su dimisión en 1830 ante el Congreso colombiano y vivió sus últimos días torturado por las noticias que llegaban de más y más fragmentaciones de las repúblicas americanas. Falleció poco después en la casa del hidalgo español Joaquín de Mier, en San Pedro Alejandrino.
FUENTE: ABCeshistoria.com