La disyuntiva recurrente
Cada 5 años – prácticamente - el sistema político nos enfrenta a disyuntivas extremas. El 2006, entre el expresidente García y el Ollanta Humala del polo rojo y radical extremo. Como se recuerda, a García - un animal político, al margen de las simpatías o antipatías que pueda despertar - en ese entonces ya ubicado en el centro, o en la derecha liberal, no le fue muy difícil vencer a un Humala de “ideas afiebradas”, como él mismo lo calificó.
En el 2011 una todavía novel Keiko Fujimori, con el activo y pasivo que eso implica, perdió ante un Ollanta Humala suavizado y de polo blanco, más allá de rituales ridículos como su juramento democrático en la San Marcos, y aupado por intelectuales progresistas.
En el 2016, un estrecho margen impidió que Verónica Mendoza, candidata de la izquierda formal - vamos a llamarla así - luchara contra fuerzas de derecha en la segunda vuelta, a cada cual más: Fuerza Popular y Peruanos por el Kambio.
El 2021, desgraciadamente, nos enfrenta al mismo dilema. Elegir entre una postulante de derecha, y un candidato que pregona unas ideas iguales o peores a las que pregonaba el ex comandante el 2006. La pregunta es por qué se repiten estos episodios. Y la respuesta es obvia, por la ineficiencia por un sistema político que se desmorona cada vez más.
Otra vez, los peruanos tendremos que elegir entre una candidata de derecha, resistida por responsabilidades suyas y abusos ajenos, que plantea la continuidad del modelo económico y muy reticente a los cambios, por lo menos hasta ahora, y un candidato con un “Ideario” tan estrafalario como algunos dicen, inaplicable, por las características de nuestra política y nuestra sociedad.
En este documento, redactado por su mentor, un polémico médico de izquierda, formado en Cuba y sentenciado por corrupción, establece como ideas fuerza “el cambio de Constitución”, por ser esta “entreguista”, una palabra que pensábamos que era en estos tiempos un arcaísmo político.
El texto nos remite a los 70, al Plan Inca, al hablar de “nacionalizar, estatizar” diversos sectores, empezando por los estratégicos, y culminando por otros como el de telecomunicaciones. Ojo que la funesta aventura velasquista llegó hasta la estatización de la sal, y la propiedad estatal de ciertos cines. Y ni hablar de los medios de comunicación, ni libertades políticas.
Pero eso no es todo, también habla de desactivar el Tribunal Constitucional, un ente muy cuestionado, como casi todos, y la Defensoría del Pueblo, pero que de alguna manera constituyen un contrapeso a los gobiernos de turno. Con el mismo énfasis se habla de eliminar los reguladores y varios aspectos no solo políticos sino sociales.
Regresando al tema económico, Pedro Castillo, el candidato en cuestión, afirma que quiere destinar el 10% del presupuesto al sector de Educación, con los recursos que se obtengan de los sectores estratégicos, a cuyos inversionistas quiere forzar a negociar, y al mismo tiempo, ha amenazado con nacionalizar o expropiar. ¡Y después habla de diálogo ¡
Por si fuera poco, este movimiento invertebrado tiene en sus filas no solo a elementos radicales, sino a procesados por terrorismo, algunos de los cuales han sido elegidos congresistas. Ni más ni menos.
Pese a estos antecedentes, el aspirante tiene buenas opciones para ganar la presidencia, en virtud de las endémicas fallas también del Estado peruano, que se distingue no solo por su incapacidad y corrupción, sino por su indolencia, que va desde el gobierno central, hasta los subnacionales, y que en este penoso episodio poseen una responsabilidad inmensa. Nunca antes las gobernaciones y alcaldías habían recibido tantos recursos, generalmente provenientes de los “recursos estratégicos” que el candidato quiere estatizar, pero cuyo destino ha sido la corrupción y la inacción.
Castillo puede hacerse el muertito, pero nada está asegurado. Su Ideario de terror, su reticencia a matizar sus ideas y planteamientos, sus juntas, sus actitudes evasivas, y la falta de equipo técnico alguno (bueno o malo) pueden hacerle perder el paso.
Mientras tanto, la señora Fujimori, antes villana, ahora casi mesiánica, debe ofrecer - más allá de reiterar conceptos ideológicos como capitalismo y socialismo - planteamientos concretos y viables a los ciudadanos indecisos y recelosos de ella y de sus antecedentes, a la par de plantear un cambio para mejorar, no solo para mantener el estatus quo, sino para formular una reforma radical del sistema político, y de un Estado que necesita reformas urgentes, y no un cambio de Constitución.
En medio de todo esto, las menudencias y cabildeos de los otros candidatos de escasa o nula representatividad resultan intrascendentes, y grafican las dramáticas carencias de nuestro sistema político, ese que debemos cambiar, antes que la actual Carta Magna, a fin de no estar cada cinco años ante esta disyuntiva recurrente.
Por lo pronto, cada ciudadano deberá tomar una decisión entre dos propuestas absolutamente contrarias, ambas lejanas de las deseables coincidencias en conceptos como la democracia y el mercado. La inacción tiene un alto costo.