Actualidad Ezequiel Ataucusi: El profeta que contuvo a Sendero Luminoso
La para algunos gran votación del FREPAP ha despertado, una vez más sorprendentes extrañezas, pero no debería sorprender a nadie.
Este movimiento, comunal, religioso, que ha ganado significativa presencia en muchas zonas del país, merced al destruido sistema político- al cual contribuido en este tramo, el presidente de facto Martín Vizcarra- fue fundado por Ezequiel Ataucusi, un personaje definitivamente mesiánico y carismático.
En la siguiente entrevista, el antropólogo Juan Ossio, exministro de Cultura del segundo gobierno aprista, detalla las características del líder y su colectivo, que tendrán una representación notoria en el próximo “congreso”, el dique que el grupo, hoy con representación de la flamante bancada, fue ante la insanía de Sendero Luminoso.
El antropólogo Juan Ossio concluye tres décadas de estudio sobre el líder de la Misión Israelita del Nuevo Pacto Universal con un libro en que señala su papel como alternativa a la utopía violenta de Abimael Guzmán. Mientras el filósofo terrorista arrastraba el país a un devastador conflicto interno, el creador de la primera iglesia mesiánica de los Andes convenció a miles de pobladores de soñar con un paraíso terrenal a semejanza del Tahuantinsuyo y regido por la Biblia, donde él era la encarnación del Espíritu Santo.
Un día de abril de 1988, a la hora del almuerzo, el antropólogo Juan Ossio fue testigo de cuando Ezequiel Ataucusi se reveló como la encarnación del Espíritu Santo en la Tierra. Estaban en un ambiente de la Casa Real de Cieneguilla, la morada del profeta. Uno de los invitados ajenos a la congregación acababa de preguntarle qué diferenciaba a los israelitas –esos hombres y mujeres andinos que lo seguían ataviados a la manera de los hebreos del tiempo de Cristo– de otras iglesias evangélicas que prometían la salvación de un país en caos. Ataucusi ordenó que uno de sus seguidores leyera fragmentos dispersos de la biblia, según le fuera indicando.
El efecto en los comensales no fue de revelación, sino de desconcierto. El propio Ossio debió traducir al profeta. “Por primera vez, desde que inicié mi amistad con él, de manera explícita y sustentada, en una sucesión de citas bíblicas hilvanadas en una secuencia aparentemente muy lógica, aseveró que él era el Hijo del Hombre”, escribe el investigador en El Tahuantinsuyo Bíblico, su más reciente publicación sobre la mayor iglesia mesiánica de los Andes. Mientras otras congregaciones anunciaban la segunda venida del Mesías, los israelitas lo tenían en casa.
Para esa época, Ossio llevaba dos años de estrecho contacto con Ataucusi. Había tenido acceso a los rituales, a la lectura de estudios bíblicos y a largas conversaciones en las que el líder de los israelitas explicaba su condición de líder espiritual y terrenal.
En cierta ocasión, por ejemplo, Ossio fue testigo de una ceremonia en que un grupo de hombres ataviados como guerreros incas lo veneraba como encarnación de los antiguos reyes del Tahuantisuyo. Lo que estaba registrando en tiempo real era la confirmación de una tesis que había lanzado en 1973, en el libro Ideología Mesiánica del Mundo Andino: la existencia de un profundo rasgo cultural andino que predispone al surgimiento de movimientos mesiánicos en tiempos de crisis.
Su primer intento de contrastar el fenómeno con la realidad llegó en los años ochenta, cuando estalló la lucha armada de Sendero Luminoso bajo inspiración de un personaje enigmático que se autoproclamaba la Cuarta Espada del Marxismo, un supuesto iluminado que se proponía arrasar el Estado burgués para construir una sociedad sin oprimidos.
“Me dio el pálpito de que ese movimiento, aunque político, podía ser de corte mesiánico”, recuerda Ossio. Pero desistió de investigarlo por el riesgo que suponía su carácter violento. Poco después, el recordado antropólogo Fernando Fuenzalida le habló de otro movimiento mesiánico surgido en los Andes, pero de corte religioso: un campesino se había convertido en un nuevo Cristo que ofrecía un paraíso regido por la Biblia e inspirado en el antiguo imperio de los Incas.
La crisis del Perú en los años ochenta y ese trasfondo mesiánico, ¿fueron condiciones suficientes para que Ataucusi convenciera a tanta gente de que él era el Mesías o hubo algo más en él? Su estudio asegura que era un personaje carismático, que ejercía un magnetismo en sus seguidores.
La primera impresión que tuve fue durante una celebración en Cieneguilla. Cuando llegué, vi los rituales, vi al profeta dando su estudio bíblico y luego pasamos a los salones para un pequeño almuerzo. Allí empezó Ataucusi a relatarme aspectos de su vida. Era muy lúcido y la forma en que narraba los pasajes bíblicos, explicando los detalles en su español ‘quechuizado’, era muy didáctica, usaba imágenes muy claras.
Tenía respuestas para todo. Para mí él es una especie arquetipo de todos los seguidores de la congregación de Israel: un hombre andino, criado en una comunidad quechuahablante, con experiencia migratoria, que además es una persona extrovertida , persistente para haber leído la biblia y tratado de interpretarla, aun cuando fuera una interpretación no ortodoxa. Era un tipo con principios sumamente rígidos y eso le gustaba a la gente, como cuando pedía la pena de muerte y defendía la idea en términos bíblicos. Entonces, el ser una persona bonachona, extrovertida, y por otro lado una persona
enérgica, era lo que esperaba mucha gente que sintonizaba con su manera de ver el mundo.
Usted sostiene que Ataucusi fue un personaje importante como alternativa a la vía violenta de Abimael Guzmán. Es una lectura que merece desarrollo, en especial en esta época en que religión y violencia son temas en debate.
Lo que sucede es que los israelitas forman parte de un estrato social muy semejante al de la gente que se adhería a Sendero Luminoso. Era gente que buscaba adherirse a verdades que le permitieran superar su sentimiento de crisis.
Cuando se vive una crisis lo que la gente busca es esperanza. Y la alternativa estaba entre un movimiento que les ofrecía la posibilidad de ser ellos los dueños de la riqueza quitándosela a los propietarios, a los ricos, criticando al Estado burgués al que responsabilizaba del estado de pobreza y frustración en que se encontraban; o encontrar el orden a través de un profeta que les ofrecía llegar a la Tierra Prometida siempre y cuando aceptaran las reglas de su religión.
Si no hubiese existido esta vertiente pacífica, digamos que los senderistas hubiesen campeonado. Sendero tenía esta cosa metafísica de un líder que se había convertido en el verdadero intérprete del socialismo. En el otro caso, Ezequiel Ataucusi era el intérprete de la Biblia, el que les podía dar las luces necesarias para comprender el Antiguo y el Nuevo testamento. Entre una y otra, muchos prefirieron la ruta pacífica.
El crecimiento de la comunidad es casi un misterio contable. En el libro “Las sectas en el Perú” (1991), el teólogo e investigador José Luis Pérez Guadalupe –actual director del INPE– sostuvo que en 1967 los israelitas eran apenas unos 180 fieles; al año siguiente, la comunidad había crecido a mil integrantes; y a inicios de los ochenta, bordeaba las 30 mil personas. Buena parte venía de experiencias personales dolorosas, pero también de otras iglesias de las que se sentían decepcionados. Lo que más los atraía era la vida en comunidad. En la época en que Juan Ossio hizo su estudio, el culto había crecido a casi todas las provincias del Perú y llegaría a tener núcleos en otros países de Sudamérica, Centroamérica, Estados Unidos y Europa. “No sería exagerado calcular que a su muerte el número de israelitas superaba los 200.000”, estima Ossio. Todo un caudal de fe en tiempos de pesimismo nacional.
¿Y por qué esa lectura no ha trascendido en el imaginario colectivo: por qué los peruanos no percibimos a Ataucusi como el personaje que libró a muchos peruanos de la violencia?
Lo que pasa es que rompían los cánones de todas las iglesias en el Perú. Llamaba la atención una congregación cuyos fieles se vestían con túnicas, se dejaban crecer la barba y el pelo. En una sociedad que tenía ciertos estereotipos de estética, ver a individuos desgreñados que mataban becerros para hacer holocaustos llevaba a muchos a pensar que era gente loca. No los podían tomar en serio. Por otro lado, ciertas rivalidades internas llevaron a que se hicieran acusaciones contra el propio Ezequiel Ataucusi. Como Dios viviente que era, o como Inca, en las casas reales que tenía en las comunidades de la selva había mujeres que lo servían. Entonces se comenzaron a tejer historias de que él se metía con todas estas damas e incluso que había desvirgado a algunas chicas menores de edad. Sufrió acusaciones por todas partes. Algunas veces venían de disidentes de su misma congregación. Y encima había gente les tenía inquina porque se presentaban como hebreos. Me temo que ése fue el caso de Baruch Ivcher, de canal 2, quien fue uno de los más agresivos.
¿Quiere decir que hubo una cuota de racismo?
No racismo, pero sí un sentimiento adverso porque estaban suplantando lo que es verdaderamente hebreo. Para un hebreo, fastidiaba que estas personas se llamaran israelitas y se identificaran con Israel.
También hubo acusaciones de que, al margen del discurso religioso, tenían cierta proclividad al fanatismo y la violencia.
A muchos les fastidió que Ataucusi hablara de la pena de muerte durante su campaña política. Cuando se habla de pena de muerte y se desconfía de las autoridades nacionales, porque se considera que todas están corruptas, y se reclama la capacidad exclusiva para decidir quién debe morir o no, eso tiene un potencial de violencia tremendo. Pero felizmente esa especulación no llegó muy lejos. Más fuerte es el sentimiento de los israelitas de buscar la salvación. Su ideal es expandir el movimiento, que la congregación sea aceptada voluntariamente por la gente.
El proyecto político llegó a colocar un congresista, pero tampoco alcanzó mayor relevancia como movimiento. ¿Fue un problema del discurso, de intolerancia o de desencuentro cultural?
Recuerdo algunos programas de televisión que trataban de arrinconar a Ataucusi y a veces lograban enredarlo, porque bueno, él no era político. A la gente le fastidiaba el discurso, es cierto, pero sobre todo le fastidiaba que alguien se creyera Dios en la Tierra, que esta congregación girara en torno a una persona que era la encarnación del Espíritu Santo. La pregunta es cómo se interesó por la política. Se interesó cuando descubrió que era necesario tener el reconocimiento del Estado para su proyecto de crear colonias en la selva. Ya había tenido problemas cuando sus seguidores se habían establecido en algunas zonas y no tenían la titulación legal, porque otros colonos les abrían juicios o surgían conflictos.
Si no tienes vínculos con las autoridades, es muy difícil lograr la titulación. Eso le fue abriendo los ojos sobre la necesidad de participar en política. Además se fue dando cuenta rápidamente de qué mensajes o discursos le permitirían legitimarse y encontró el tema de las fronteras vivas, la política del Estado para la colonización de las fronteras nacionales, que estaban al garete. A fines de los años ochenta, Ataucusi entendió que los israelitas ya no eran el grupo anónimo de antes, sino que ya tenían Centros de Capacitación Bíblica en prácticamente en todas las provincias del Perú y en una gran cantidad de distritos. Tenían 5, 6, 7 colonias, algunas hasta con 8 mil o 9 mil personas.
En el libro usted menciona que ese sentimiento de poder era evidente cuando usted le organizó una reunión con Mario Vargas Llosa, cuando el Fredemo estaba en campaña para las elecciones de 1990.
En efecto, nos reunimos en mi casa. Mario quería conocerlo. Él también había visto las posibilidades de los israelitas como movimiento popular, y pensaba que recibir el respaldo de este segmento importante de migrantes andinos podía ser un bueno para su candidatura. Tuvimos un almuerzo. Quien hablaba era Jeremías Ortiz, que era el presidente de la congregación. Y lo único que Ataucusi dijo al final fue: “No se preocupe, doctor. Yo lo siento en el trono”. Y de eso Mario ha hecho muchos chistes, porque al final el propio profeta quiso sentarse en el trono y un mes después terminó lanzándose a la presidencia. Y no le fue mal. No ganó, pero puso gente en el Congreso y los israelitas se hicieron más conocidos. Recuerdo que luego, cuando yo iba a Cieneguilla, veía a empresarios y políticos que iban a visitarlo. Ya no era un personaje ridículo como algunos habían pensado, sino alguien con poder. Luego intentó postular nuevamente, pero le fue mal. Iba a intentarlo otra vez en el 2000, pero enfermó y murió.
Su investigación terminó cuando Ataucusi murió. ¿Qué impresión le da lo que ha pasado después con la congregación?
Estos movimientos mesiánicos se debilitan cuando muere el líder. Mi impresión es que el movimiento se ha debilitado y que el sucesor (Ezequiel Jonás Ataucusi) no está a la altura de su padre. Yo no puedo hablar mucho de él, porque nunca lo he tratado, pero los mismos israelitas con los que conversaba me decían que nunca lo habían visto. Debía estar presente en algunas ceremonias y no asistía. El número de disidentes ha aumentado. Algunos aducen ahora que en realidad Ezequiel Ataucusi no era el Dios en la Tierra, sino el profeta que iba anunciar a Dios. A pesar de eso, diría que todavía Israel tiene cierta fuerza, tienen 48 colonias en la selva.
Hay versiones insistentes acerca de que algunas de esas comunidades selváticas están dedicadas al cultivo de coca y que incluso podrían tener vínculos con el narcotráfico.
Bien podría ser que al no haber una cabeza visible se produzcan desviaciones. Cuando Ezequiel estaba vivo, una vez llegamos a una colonia donde se habían desordenado las cosas. Al parecer algunos jóvenes habían abusado de unas chicas. Él se enteró y sancionó a todos los involucrados. No perdonaba. Mi temor es que puedan ocurrir estas cosas porque no hay una mano fuerte que ponga orden.
¿También hubo desencanto al ver que no resucitó al tercer día, como esperaban?
Cuando la gente tiene fe puede encontrar muchas explicaciones. Por ejemplo, ellos hacían el cálculo de cuándo iba a llegar el Fin del Mundo. Como fallaban las fechas, comenzaron a decir: bueno, lo que sucede es que Dios ha dado una tregua a la humanidad y como no hemos llegado a expandir el movimiento a los cuatro cantones de la Tierra, le ha dado la potestad a Ezequiel Ataucusi para que él tome la decisión de cuándo debe llegar el Fin del Mundo. Ese día será cuando él se vista con la túnica roja y azul, que es como lo representan. Allí hay una semejanza con la figura del Inca, que tenía la capacidad de detener el tiempo. La divinidad de Ataucusi tiene la capacidad de poder decretar el Fin de la Humanidad. Cuando no resucitó, la gente empezó a decir: bueno, resucitó en nuestros corazones.
Ataucusi no es un episodio anecdótico en la historia del Perú. El estudio de Ossio lo vincula a una secuencia de movimientos político-religiosos que se remonta al siglo XVI. En esta larga historia, a decir del antropólogo Ramón Mujica, “las Sagradas Escrituras se convirtieron en el libro profético por excelencia que sirvió a españoles, criollos, mestizos e indígenas por igual para legitimar diversos programas políticos y reformas sociales”. Esos antecedentes incluyen las insurrecciones de líderes como Juan Santos Atahualpa y Túpac Amaru. El mesianismo andino cobra vigencia ahora que las figuras de estos líderes ha empezado a ser utilizada por el movimiento político que justamente apoya a Sendero Luminoso, la utopía opuesta a la del mesías del Nuevo Pacto Universal.
-Yo digo que Ataucusi merece un reconocimiento mayor –dice Juan Ossio–. Fue un humilde campesino, quechuahablante, que tuvo la capacidad de construir esta congregación; que trajo alivio a muchos pobres, marginales de los marginales; que tuvo la posibilidad de traerles consuelo por la cohesión social del movimiento, les dio la posibilidad de satisfacer su hambre en las colonias, y le brindó un servicio al país porque se presentó como una alternativa pacífica a Sendero Luminoso. Para mí, eso justifica que Ezequiel Ataucusi tenga un lugar de importancia en la historia del Perú.
Quizá la evidencia más clara de ese papel está en un diálogo que el antropólogo tuvo con el profeta acerca de la cultura andina. Ossio le preguntó acerca del pishtaco, ese personaje misterioso que mata gente para vender la grasa de sus cadáveres. La respuesta de Ataucusi –incluida en un apéndice del libro– fue un relato pormenorizado que convenció al investigador sobre las raíces de Ataucusi. También le ayudó a entender su papel como pastor de espíritus.
¿No se les ha querido meter un pishtaco en la congregación?
No, no, no. Nunca se ha metido.
¿Y senderistas?
Los senderistas no pueden porque con los israelitas se desmoralizan. Dios guarda a ellos.
¿Ha logrado reclutar a algún senderista o exsenderista?
No. Como de Sendero sí (se) ha(n) arrepentido bastante(s). Ya hasta son religiosos. De la época que le decimos, ¿qué se llama? Hugo Blanco, de ese tiempo haya bastantes hermanos. Unos tienen heridas en el cuerpo por lo que le ha pasado bala y no han muerto…
¿Hay cultivos de hoja de coca cerca?
No, no. Ya después cuando están convertidos de tiempo avisan: Yo he sido del terruco. Entre ellos también se crean enemistades, divisiones hay también. Entonces renuncian. Se escapan pues. Así pues habían escapado y ahora son hermanos.
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