Detras de la cortina

¿La república embrujada y la vuelta a los 80?


A pocos días de terminado el régimen fujimorista, un paquete explotó en el Centro de Lima, muy cerca al Jurado Nacional de Elecciones. Un novel conductor de T.V. dijo que había que darle a las cosas su dimensión. Los titulares del día siguiente eran un cliché: “no hay que bajar la guardia”, “siguen donde no los sacaron” o frases similares. En diciembre de 2000, la policía impidió un atentado contra la Embajada de Estados Unidos de América. Una noche de marzo de 2002, alrededor de las 11 p.m , un coche-bomba explotó en el Centro Comercial “El Polo”, ocasionando la muerte de 10 personas. Algunos mencionaron que detrás del hecho estaban “elementos montesinistas”. Diez años después, no hay ni un solo sentenciado por este atentado. Otra de las versiones daba cuenta de la participación de una célula de las FARC. Con estos antecedentes, lo ocurrido recientemente en Kepashiato no es de extrañar, especialmente, si las columnas senderistas estaban merodeando por la zona desde enero. En 1998, el fujimorismo relajó el combate al terrorismo, y los sucesivos gobiernos no hicieron más que agravar el problema: se desactivó (no reestructuró) el servicio de inteligencia, se cerraron bases, se flexibilizó en demasía el marco legal, se redujo presupuesto, se descuidó el equipamiento y se procesaron a muchos oficiales injustamente. Los remanentes ¿o permanentes? senderistas secuestran 36 personas, ocasionan la muerte de 8 efectivos y 10 heridos, y según el gobierno son liberados por la presión de las fuerzas armadas y policiales. Una operación que el propio presidente de la República - increíblemente - y pese a su formación militar, calificó de “impecable”. Este secuestro ha reavivado la polémica sobre la vigencia de Sendero. Que sean narcotraficantes o terroristas no es lo más importante: es vital enfrentarlo con eficiencia. En vez de dedicarse a promover candidaturas prematuras, algunos miembros oficialistas y para-oficialistas, que buscan - Dios nos libre - convertir a la primera dama en una Cristina Fernández o Eva Perón deberían impulsar una eficaz lucha contra los subversivos. De otro modo, estaremos en - como reza el nombre del brillante libro de Alfredo Barnechea - una república embrujada - y de vuelta en los ochenta. Y esta vez no hablamos de música.