< Detras de la cortina

Guerra Perú Chile:el otro 5 de abril

Un día como hoy, el 5 de abril de 1879, el entonces presidente de Chile, Aníbal Pinto, remitía una carta al Intendente de su país expresando que “en virtud de la facultad que me confiere el número 18 del artículo 82 de la Constitución del Estado i la ley de 4 del presente: He acordado i decreto: El Gobierno de Chile declara la Guerra al Gobierno del Perú. El Ministro de Relaciones Exteriores comunicará a las naciones amigas esta declaración…”.

Al respecto: 1) La declaratoria chilena fue política de Estado. Diego Portales (1793-1837), una de sus máximas figuras, luego de advertir la amenaza de la Confederación Perú-Boliviana (1836-1839), que frenó hasta desbaratarla, construyó la visión expansionista como imaginario colectivo de los chilenos que perdura hasta la fecha. En Chile eran conscientes de que el territorio anterior a la guerra no aseguraba ninguna supremacía geopolítica en la región y por eso, teniéndolo claro, decidieron la invasión de Atacama (Bolivia) y Tarapacá, Arica y Tacna (Perú). 2) Mientras para los chilenos la guerra fue una consecuencia de una estrategia con prospectiva a ganador y muy bien planeada, por encima de los gobiernos que tuvieron antes del conflicto, para el Perú fue la consumación de su imperdonable negligencia imputable a una clase política conformista y mediocre, arraigada a las frivolidades virreinales y las efímeras bondades del guano -prosperidad falaz- y completamente alejada de los intereses nacionales. 3) La guerra hizo de los chilenos una sociedad de la victoria (se quedaron con Tarapacá y Arica) y sus gobernantes invirtieron en la educación de su gente y elevaron el ego nacional de su pueblo hasta las nubes; en cambio, nuestras autoridades irresponsables -señaladas por Manuel González Prada- no hicieron nada por nosotros, imponiéndose la idea de vencidos y sumergidos en la cultura de la derrota. 

El ejemplo más evidente ha sido que la victoria jurídica que obtuvimos en La Haya ni siquiera la hemos aprovechado para acrecentar nuestro nacionalismo y para sobreestimarnos y frescamente hablamos del Bicentenario. ¡Qué vergüenza!