Detras de la cortina

¿Partidos políticos o empresas electorales informales?

La extraordinaria movilidad de candidatos y políticos al Congreso y la facilidad con que abrazan o abjuran de algunas ideas, más de una vez antagónicas, nos ha llevado a pensar que en el Perú no tenemos partidos políticos, sino empresas electorales informales que se crean, la mayoría de las veces, sólo para las campañas.

Así, el candidato Hernando Guerra-García, comienza postulando por el fantasmal partido Humanista de Yehude Simon, y terminó postulando por el partido Solidaridad Nacional del alcalde Castañeda, y Unión por el Perú, un partido que sirvió de respaldo a Ollanta Humala en el 2006. ¿Ha pasado Unión por el Perú de suscribir “La Gran Transformación” a compartir la ideología pro mercado de Solidaridad? ¿Yehude Simon limitó el liderazgo, y las ideas de Guerra-García?

Otro caso escandaloso es el de César Acuña. Primero se lanzó él, luego recluta personas como Anel Townsend y Marisol Espinoza, que abandonan sus partidos, e ingresan a otros, como quien entra a un puesto y luego busca otro, como si fuera un mercado. Y capta recién al economista Jorge Chávez Álvarez, como jefe de plan de gobierno, que ya desmintió el anunciado control de precios. Esto también se observa con Julio Guzmán, quien recluta personas como Francisco Sagasti, y Daniel Mora, un ex oficial que ya tiene varios años en política. Primero con el ex alcalde Andrade y luego con el presidente Toledo.

¿Por qué personajes como Alejandro Toledo, o Fernando Olivera, insisten en presentarse como candidatos, con listas variopintas, si sus "empresas" tienen tan poco que ofrecerle al país, y después de sus escasos o nulos éxitos? La respuesta es muy simple: porque como servidores públicas de carrera, en el sector público, privado, o académico no tendrían cabida. No pueden vivir como cualquier ciudadano: de su trabajo. 

La lógica de estas "empresas" que se hacen llamar partidos, es en la mayoría de los casos, ganar espacios, pero por las precariedades del sistema político, pueden ganar las elecciones. Primero se lanza el candidato, y luego van formando un equipo. Son empresas en construcción, que en la mayoría de los casos no tienen experiencia de gobierno, ni ideas claras. Por eso es que sus planteamientos son tan cambiantes. Nunca ha pesado menos la ideología.

Aun cuando el APRA y el PPC siguen siendo partidos, sus acciones muestran mucha improvisación, y por más que digan lo contrario, su alianza se percibe como un asunto de intereses comunes.

Quizá el fujimorismo sea el más formal, y tal vez porque empezó siendo un movimiento inorgánico, e improvisado, algo de lo que señora Keiko Fujimori quiere distanciarse. Pero si quiere ser un partido de masas, tendrá que reducir anticuerpos, renovar y depurar cuadros. No es posible que en su grupo se cuele el ex candidato humanista a la alcaldía Moisés Mieses, una persona con sentencia por delito contra la fe pública. ¿Mieses sintió una súbita simpatía por la señora Fujimori?

En esta lógica, nuestros políticos no tienen reparos en falsificar firmas (Perú 2000 y Perú Posible son casos emblemáticos), o mentir en sus hojas de vida. Salvo el poder, todo es ilusión. Son candidatos veleta, van donde los lleve el viento. O sus apetitos.

Lo que vemos en el país son entonces, la mayoría de las veces, ni siquiera partidos políticos precarios, sino empresas electorales mediocres en un mercado que no se regula, ni se fiscaliza adecuadamente. Donde el ciudadano X, -que supuestamente vive de sus ingresos y no tiene mayor patrimonio- primero lanza su candidatura y luego se prepara, busca equipos de gobierno, muchas veces como se ha demostrado, no para defender el bien común, sino intereses particulares, y de la peor manera. Y al final de su mandato, o de sus funciones, termina siendo el presidente de la Corporación X.

Estas empresas son, en vez de intermediarias ciudadanas, y eficaces administradoras del estado, aparatos políticos que sólo funcionan para sus fines partidarios, o peor aún, para la rápida y muchas veces sospechosa prosperidad que alcanzan sus dirigentes, mientras los ciudadanos seguimos padeciendo problemas como la desaceleración económica e inseguridad.

La política peruana no sólo ha perdido ideología, que cuando no se asume de forma rígida no es negativa, sino la ética. Con esta situación, no deberíamos estar sorprendidos.