Detras de la cortina

90-16

Una mañana de 1990, un familiar y su esposa observaron un panel con la foto de un personaje de rasgos orientales que se lanzaba a la presidencia, y le dijo a su esposo ¿quién es este señor de origen japonés que postula? La respuesta que recibió fue breve y directa ¡No hay ningún candidato de origen japonés!

Alberto Fujimori era un ingeniero agrónomo, había sido rector la Universidad Nacional Agraria de la Molina (acaso una de las universidades públicas más reconocidas), y conducía un programa que casi podía ser la antítesis, según muchos, de su personalidad: "Concertando”.

Todo esto ocurría en la campaña electoral de 1990, al final del primer gobierno aprista, y que casi nos convierte en un estado fallido, tarea que realizaron con singular empeño los gobiernos de Juan Velasco, Francisco Morales-Bermúdez , y Fernando Belaúnde. Y que el entonces populista y antimperialista Alan García coronó con éxito.

En la segunda vuelta, se enfrentaron Vargas Llosa y el hoy encarcelado presidente, y cuando a algunos apristas se les consultó por quién votarían, la respuesta mayoritaria fue por Fujimori o por el Chino.

De él sabían pocos y poco. Nosotros ya éramos estudiantes y conocíamos que era un rector de la Universidad Nacional Agraria de la Molina, y un conductor de televisión. Y nada más.

La irrupción de Fujimori provocó una polarización, y la acusación menos grave que se le hizo fue de ser aprista. Posteriormente circuló una versión que era alguien a medio camino entre un allegado y un militante de base. Se le criticó su falta de claridad en el programa, su equipo de gobierno, reclutado a último momento, su improvisación, y se dijo que era un operador del APRA y García.

Como se sabe, el ex mandatario ganó. Deslindó por angas o por mangas de su equipo e ideas primigenias, pero no pudo desvirtuar el mote de ser cuasi aprista. Las votaciones en el caso de las acusaciones constitucionales contra el ex presidente García dan fe de la tibieza, por decir lo menos, del gobierno y su bancada.

Luego vendrían el lamentable para algunos, e inevitable para otros, 5 de abril. Después de eso, se reformó a medias el Estado, se pusieron las cuentas en azul, y se combatió con eficacia la violencia terrorista. Y también se envileció de poder, se paralizaron las reformas, menudeó la corrupción (que el fujimorismo no inventó, sino sofisticó). Fue el régimen de la ambivalencia, y que la progresía y la izquierda primitiva han caricaturizado, y por poco han definido- como si ellos fueran moneda de oro- al ex presidente como una mezcla de Pol Pot y Ferdinand Marcos.

Después del 5 de abril, el fujimorismo cambió de actitud hacia el aprismo, persiguió infructuosamente al presidente García y sus allegados. Si existió algún vínculo concreto entre ambos grupos, es evidente que se rompió.

26 años más tarde, al cuasi ignoto, y ahora defenestrado Julio Guzmán se le acusa de lo mismo. De ser un operador de Ollanta Humala. O lo que es peor: de Nadine Heredia. El ex redactor del Diario Oficial "El Peruano" - según Nano Guerra-García- niega los vínculos, pero tener a una candidata a vicepresidente casada con un ex toledista que trabaja en el gobierno, o haber sido secretario de la PCM, para no hablar de su paso por el Ministerio de Trabajo, no es poca cosa.

Pero lo que resulta evidente es que tiene vínculos con el régimen. Guzmán cavila, dice y se desdice, algo propio de un político novato, pero en general, es obvio que si lo fuera, representa a un sector -si cabe el término- más liberal del gobierno. De ser elegido, su gestión podría ser mejor que la del actual presidente. Pero tiene la valla muy baja.

El problema radica entonces que su cercanía podría haber servido, según dicen, para blindar al presidente y a su esposa. Algo que se habría planificado de una forma magistral, mientras se hablaba de Urresti y de Von Hesse, en tanto que ahora circulan rumores de golpes de estado y fugas a Corea del Sur. Y Todos por el Perú podría convertirse, con el tiempo, quien sabe, en un clon embrionario del  PRI mexicano.

Pero, por supuesto, un novel e inexperto Guzmán podría pelearse con el humalismo, salir contra Humala y su esposa, y trabajar para sus propios y únicos intereses. El problema es que el país no está para eso, pero el sistema político, nos pone, al igual que en 1990, en esta disyuntiva.