< Detras de la cortina

Poetas peruanos detrás de la cortina

Si me preguntaran por los más insignes representantes de la poesía peruana, evocaría en primer lugar a Vallejo, que a mi juicio ha sido el mejor escritor de versos, de todos los tiempos, en lengua castellana. Además de él, quizá al “cantor de América” José Santos Chocano, a Martín Adán, quién usara alguna vez el superlativo absoluto del participio regular del infinitivo “romper”, para referirse al “corazón rompidísimo” y al aún vivo Antonio Cisneros, cuyas letras encarnan una exquisita ironía. Si me apuran un poco, también mencionaría a Javier Heraud, más por lo que representó que por lo poco que alcanzó a escribir, a Blanca Varela, nuestra más grande poetiza y a los tacneños Juan Gonzalo Rose y Federico Barreto, por las pinceladas surrealistas-izquierdistas  que tuvo el primero, como en aquel verso ¡sabrás por qué se rompe fácilmente por la mitad el pan! Y a fuer de la visión de un amor romántico de carne y hueso del segundo.

Sin embargo, gracias a un ejemplar de los populibros peruanos, los que fueran una colección de libros peruanos de literatura clásica de la década del sesenta, hoy en día muy difíciles de encontrar; descubrí que tres peruanos notables por otros menesteres, habían escrito también poesía. Se trata de una antología poética intitulada Mil años de poesía peruana y seleccionada por Sebastián Salazar Bondy.

Por estricto orden cronológico aludo primero al que para mí fuese el peruano más ilustre del siglo XIX, Don Manuel González Prada. Suele ser conocido como un ensayista de vasta obra con publicaciones de lectura imprescindible como Pájinas libres y Horas de lucha. También se le reconoce por su antichilenismo, sus ácidas críticas a la aristocracia peruana y su amalgamado pensamiento político (con el cual simpatizo) en el que confluyen tendencias tanto anarquistas como comunistas. En el campo de la poesía, aparentemente se adelantó a su tiempo e hizo las veces de precursor del modernismo americano. El poema suyo que cito a continuación, presenta una letanía con recurrentes antítesis e inevitablemente invita a recordar el célebre Desmayarse de Lope de Vega:

“Al amor

Si eres un bien arrebatado al cielo

¿Por qué las dudas, el gemido, el llanto,

La desconfianza, el torcedor quebranto,

las turbias noches de febril desvelo?

 

Si eres un mal en el terrestre suelo

¿Por qué los goces, la sonrisa, el canto,

las esperanzas, el glorioso encanto,

las visiones de paz y de consuelo?

 

Si eres nieve ¿por qué tus vivas llamas?

Si eres llama ¿por qué tu hielo inerte?

Si eres sombra ¿por qué la luz derramas?

 

¿Por qué la sombra si eres luz querida?

Si eres vida ¿por qué me das la muerte?

Si eres muerte ¿por qué me das la vida?”

 

El segundo poeta detrás de la cortina es nada menos que Palma, el famoso autor de las Tradiciones peruanas. Fue uno de los primeros exponentes del romanticismo en el Perú, corriente que llegó con sesenta años de retraso aproximadamente y se matizó al pugnar por la libertad de expresión y un desligue cultural de lo español. De sus tantos poemas, el que escogí no rehúye de su estilo dicharachero, de tono informal ni de su actitud crítica frente a las instituciones:

“Torpedo

 

HABLABA un diputado en el Congreso

de Lima, Quito, Bogotá o Santiago,

pues fiel memoria de lugares no hago

y nada importa el sitio del suceso.

 

—Si queréis gloria, libertad, progreso,

a Roma Contemplad. Mirad qué estrago

causa el puñal de un Bruto dando en pago

de tiranía vil muerte a un obeso.

 

¡Y Roma se salvó! Más un tunante

de aquellos que en la barra echan venablos

gritó, del aguardiente en los eructos:

 

—Esa es grilla, señor preopinante,

Si un bruto salvó a Roma, ¿cómo diablos

no salvan a esta patria tantos brutos?”

 

El último personaje a quien he de referirme es Abraham Valdelomar, tal vez el mejor cuentista peruano después de Julio Ramón Ribeyro. Algunos de sus cuentos más leídos son: El caballero Carmelo, El beso de Evans y Finis desolatrix veritae (este último ganó el Premio Cabra 2011 al mejor cuento). Destaca también de Valdelomar su célebre y no ligeramente narcisista frase, El Perú es Lima, Lima es el Jirón de la Unión, el Jirón de la Unión es el Palais Concert y el Palais Concert soy yo. Me fue difícil elegir el siguiente entre sus poemas saturados de tristeza, hogar y melancolía:

“Tristitia

Mi infancia, que fue dulce, serena, triste y sola,

se deslizó en la paz de una aldea lejana,

entre el manso rumor con que muere una ola

y el teñer doloroso de una vieja campana.

 

Dábame el mar la nota de su melancolía;

el cielo, la serena quietud de su belleza;

los besos de mi madre, una dulce alegría,

y la muerte del sol, una vaga tristeza.

 

En la mañana azul, al despertar, sentía

el canto de las olas como una melodía

y luego el soplo denso, perfumado, del mar,

 

y lo que él me dijera, aún en mi alma persiste;

mi padre era callado y mi madre era triste

y la alegría nadie me la supo enseñar.”

 

*Carlos Miranda estudia Psicología en la Universidad de Lima, y es editor del blog www.divergencia-carlitox.blogspot.com