< Detras de la cortina

Crónicas céntricas

La Plaza San Martín, como siempre debe estar: libre de extremistas y vándalos. Foto: Twitter Luis Castillo.

Volvimos en diciembre, antes del año nuevo, a una ochentera discoteca del Centro de Lima, y la verdad la primera sensación que tuvimos es de entera libertad. Y es que ver las calles, aún desordenadas y sucias, pero libres de delincuentes y vándalos, y de algunos manifestantes siempre es agradable. 

Cuesta trabajo creer que un grupo de revoltosos y extremistas nos hayan tenido a mal traer, en un país donde hay derecho a la manifestación, pero no a la violencia. Ver las paredes pintadas con inscripciones como "Dina asesina" nos sublevó. El Perú ha tenido pésimos y autoritarios presidentes, pero ninguno asesino. NI Velasco, ni Fujimori, ni Odría. 

El primer destino fue un conocido hotel, donde tomamos un pisco sour, bien cargado, y de ahí nos dirigimos a una discoteca, la cual encontramos llena. Un empleado les refirió que, si habían trabajado, pero con algunas restricciones. El virus ya no era el COVID, sino la violencia. Violencia que ha costado 60 muertos, y de los cuales no sabemos mucho.

La música estuvo, en general, bastante aceptable, en especial si consideramos que-aunque respetemos los gustos de hoy-no nos gusta el reggaetón.

Terminada la noche, nos tocó lo más difícil: regresar. El centro no es muy bueno para transitar en la madrugada, así que abordamos un taxi.

Al centro regresaríamos meses después, ya sin protestas, pero con recesión (solo un tonto o un fanático se queda sin trabajar para protestar contra la política). Verdaderamente.

Fue un homenaje a Andy Rourke (Smiths), y la verdad estuvo bastante bien. Se realizó en una suerte de cochera, en medio del escándalo de otros locales (¡pobres vecinos ¡).

El centro, con todos sus defectos, su desorden y su suciedad es de los ciudadanos, no de revoltosos, delincuente y extremistas; es nuestro. En una de las pocas medidas inteligentes del alcalde de la ciudad, ha restringido su paso, especialmente para los violentistas.

Cuidémoslo, mejorémoslo, y hagamos lo mismo con todas las ciudades del país. Busquemos otra forma de cambiar la realidad, no con la estupidez, ni mucho menos con la violencia. ¿Se entiende?