Detras de la cortina

Cuento 11:11

Pamela se despertó cansada como siempre y miró el reloj. Eran las 11:11, sonrió desganada. Desde el accidente hacía más de tres años le sucedía lo mismo. Cada vez que veía el reloj daba la misma hora, de mañana o de noche. Siempre las 11:11. Se quedó en la cama estirándose perezosamente, otro domingo más, para qué levantarse, su vida no tenía sentido, el silencio de su apartamento era su verdugo, el que le recordaba cruelmente la realidad de su vida. Había perdido todo, desde que su esposo Mario y sus gemelos Lucio y Arturo habían muerto en ese accidente donde ella también debía haber perdido la vida. A veces le parecía todo una pesadilla de la cual iba a despertar, otras veces, como hoy, quería quedarse en la cama para dormir y soñar, soñar con otra realidad, la que debió ser, todos juntos como antes.

Haciendo un esfuerzo se levantó y desayunó, ya había decidido lo que haría hoy. Hoy sería diferente. Regresaría a la cabaña en las montañas, tenía que ponerla a la venta cuanto antes. Hoy se enfrentaría a esa carretera otra vez, como si repasando los hechos pudiera escribir otro destino. Luego de ducharse y preparar una maleta ligera colocó las cadenas para la nieve en la cajuela del auto y poniendo el ipod en la categoría de los clásicos empezó a manejar.
El mayor problema con la soledad es que deja mucho tiempo para pensar y recordar… Mario había hecho el desayuno ese domingo como siempre y los chicos estaban impacientes por salir, tanto así que casi se olvidan de Moli, la tan querida perrita. La visibilidad en la carretera era malísima, Mario no pudo esquivar la camioneta que venía en sentido contrario invadiendo su espacio y cayeron todos al barranco. Cuando volvió en sí, la escena estaba llena de paramédicos, policías y curiosos, ella estaba en una camilla sin poder moverse, ni siquiera podía hablar para preguntar que había pasado con los demás. Perdió el sentido otra vez y solo en el hospital al día siguiente se enteró de la tragedia.
Los días posteriores los recuerda confusos. La interrogación de la policía, los amigos tratando de consolarla con palabras huecas… “Dios sabe por qué hace las cosas” repetían, y eso la hacía desesperarse más. Aunque nunca fue muy religiosa y se despreocupó por esas cosas, siempre pensó como casi toda la gente en la comodidad de tener un Dios arriba velando por cada uno de nosotros. Después del accidente todo lo había visto diferente. Se interesó por conocer más de la posibilidad real de encontrarse con seres queridos después de la muerte. No quería basarse solo en la fe ciega de gente sin conocimientos. Leyó más sobre testimonios, historias supuestamente reales, llegando a la conclusión de que era todo una farsa y que aunque este Universo es maravilloso para nuestro poco entendimiento, es muy arrogante pensar que siendo tan pequeños y tan poca cosa en la escala del mismo pueda haber un Dios que se interese por nosotros. Con más tiempo libre en sus manos, leyó de todo un poco, sobre cosmología, física, biología, historia…, mientras más conocimientos adquiría más convencida estaba de que no había nada más allá y más sola y deprimida se sentía.
Así pasaron meses y años. Se alejó de los amigos porque no tenían muchas cosas en común. Su trabajo lo hacía como autómata y estaba literalmente sobreviviendo. Hoy había decidido que sería diferente, ya era tiempo de volver a la vida, encontrarle algún sentido. Pondría a la venta esta cabaña y todo lo que le quedaba y se mudaría a algún lugar junto al mar. Quizás volvería a enseñar, rodearse de niños y sus risas sin que le desgarrara el corazón el recuerdo de sus hijos. Tenía que intentarlo. Tan distraída estaba haciendo planes para un futuro diferente que no se dió cuenta del venado en la carretera, instintivamente viró para no atropellarlo y se descarriló en la misma curva donde había sucedido el accidente que desgració su vida, mientras el auto rodaba por la montaña, pensó que quizás era lo mejor terminar así, igual que ellos, y mirando el reloj en la consola daba siempre la misma hora, eran las 11:11 de la noche cuando sus ojos se volvieron a cerrar.
El Dr. Luzardo le repetía a Mario la misma historia, “no podemos mantenerla viva por más tiempo, han sido más de tres años en coma y no hay esperanza de recuperación”. Tenía que tomar la decisión ya. Mario salió a la sala de espera y abrazó a sus hijos, entraron de uno en uno para despedirse de Pamela. El Dr. le preguntó a la enfermera antes de cortar la conexión al respirador. “Hora del deceso… Son las 11:11 doctor”.
Nota: Para leer un final alternativo, ingresar al enlace siguiente y pulsar el icono al final del cuento:http://home.cc.umanitoba.ca/~fernand4/1111.html
 
[Versión en inglés]
11:11
Pamela woke up, tired as always, and looked at the clock. It read 11:11, she laughed dispiritedly. Ever since the accident more than three years ago it was the same. Each time she looked at the clock it always read the same time, whether morning or night. Always 11:11. She stretched lazily in bed, another Sunday, why get up, her life had no meaning, the silence in the apartment was an assassin, cruelly reminding her of the reality of her life. She had lost everything since her husband, Mario, and her twin boys, Lucio and Arturo, had died in the accident where she, too, should have lost her life. At times it all seemed a nightmare which she would wake up from. Other times, like today, she wanted only to stay in bed, sleeping and dreaming, dreaming of a different reality, where everyone would be together as before.
Making an effort, she got up and ate breakfast, already having decided what she was going to do today. Today would be different. She would return to the cabin in the mountains, it had to be put up for sale. Today she would confront that highway again, as if retracing everything could write another destiny. Later she showered and packed a small bag, put snow chains in the trunk of her car, and selecting Classical Music on her iPod, she started driving.
The biggest problem with being alone is that it leaves too much time for thinking and remembering… Mario had made breakfast that Sunday, as always, and the boys were impatient to get underway, so much so that they almost forgot Molly, their precious little dog. Visibility on the highway was horrible, Mario couldn’t avoid the semi-trailer that had crossed over into their lane and they all were pushed into the ravine. When she came to, the scene was full of paramedics, police, and curious bystanders. She was strapped into a stretcher and wasn’t able to move, nor was she able to even speak, to ask about the others. She lost consciousness again and only the following day, in the hospital, did she learn about the tragedy. 
Her memories of the following days were a confused jumble. The questioning by the police, her friends trying to console her with empty words… “These things are part of God’s plan” they would repeat, and this would only make her more desperate. Although she was never very religious and not inclined to worry about these things, she, like most people, took comfort in the thought of having a God above, looking out for everyone.
After the accident, she saw everything differently. She became interested in knowing whether there was any real possibility of being with our loved ones after death. She didn’t want to rely solely on blind faith without knowledge. She read about testimonials, stories supposedly real, and came to the conclusion that it was all a farce and that even though this universe is marvelous, what little we can understand of it, it is incredibly arrogant to think that as small as we are compared to the scale of the universe that there could be a God that was interested in us. With more free time on her hands, she read a little of everything, about cosmology, physics, biology, history…, and the more she learned, the more she became convinced that there was nothing more out there, and she felt more alone and more sad.
She spent months, and years like this. She withdrew from her friends because they didn’t have much in common. She worked like a robot and was literally just surviving. Today she decided that it would be different, it was time to return to life, to find some sense to it all. She would put the cabin up for sale and everything else she had and move somewhere near the sea. Perhaps she would return to teaching, surrounding herself with children and their laughter without having her heart torn open by the memory of her boys. She had to try. She was so distracted making plans for a different future that she didn’t see the deer in the road. Instinctively swerving to avoid hitting it, she broke through the guardrail on the very same corner of the accident that had ruined her life. As the car plummeted down the mountain, she thought that this was, perhaps, the best finish; to end as they did. And, watching the clock on her dashboard as she tumbled, it always read the same hour. When her eyes closed for the last time, it was 11:11 p.m.
Dr. Luzardo told Mario the same story, “we cannot keep her alive any longer, she has been more than three years in a coma and there is no hope of recovery.” You must make this decision. Mario left for the waiting room and hugged his boys; they went, one by one to say farewell to Pamela. Dr Luzardo asked the nurse before disconnecting the respirator and she answered, “Time of death is… 11:11, doctor.”
Note: To read an alternate ending, click on the icon at the end of the text at: http://home.cc.umanitoba.ca/~fernand4/1111.html
 
*Arquitecta. Perteneció al Club de Teatro de Lima, participó en programas infantiles de teatro y televisión. Actualmente radica en Los Ángeles, California, donde colabora con un grupo de teatro y continúa sus estudios musicales.