< Detras de la cortina

Velasco: el otro golpe

El dictador y su séquito. A su derecha, su sucesor, el también autócrata Francisco Morales-Bermudez. https://nomordaza.files.wordpress.com

Sin ánimo de relativizar la corrupción y prepotencia del régimen fujimorista-al margen de sus activos- con esta crónica queremos recordar una dictadura tanto o más nefasta que la del hoy expresidente preso, cuyos tiempos muchos no solo soslayan, sino parecen añorar.

El General EP Juan Velasco Alvarado, fue un abusivo y prepotente dictador izquierdista que gobernó entre 1968 a 1975, que asumió tras dar un golpe a escasos seis meses de las elecciones generales.

Antes del 24 de junio de 1969, día en que el general radicalizó la Reforma Agraria (pues el primer belaundismo ya había iniciado este proceso) con el decreto ley No.17716, el Perú gozaba de una robusta agricultura costeña, autosuficiente en alimentos y reconocida mundialmente por sus exportaciones de algodón y azúcar, que competían codo a codo con Egipto y Estados Unidos, respectivamente.

El aberrante problema de explotación del campesinado (gamonalismo) y el abandono de las tierras se concentraba en la sierra. Según los expertos, lo que debió hacerse para erradicar latifundios improductivos era implementar una tributación progresiva que se incrementase conforme aumentaba la extensión. Eso obligaría a que el latifundio sea más productivo para tener ganancias y pagar sus tributos, o se fragmentase en extensiones menores.

Al mismo tiempo, el latifundio andino debió tratarse con expropiaciones parciales y la entrega de dicha tierra confiscada a los campesinos.

En todo caso, lo demencial era destruir a la agricultura, que fue finalmente lo que Velasco hizo, dejándonos por años como importadores de alimentos, extinguiendo nuestras exportaciones de azúcar y algodón, y dejándonos una estructura minifundista (más del 70% de las propiedades agrarias tienen menos de 10 hectáreas), pues las organizaciones cooperativistas velasquistas CAPs y SAIS acabaron en eso.

Antes del fin

La exportación de azúcar a inicios de 1970 rondaba las 500 mil toneladas métricas anuales. Al finalizar la dictadura (año 1980), las exportaciones de este producto cayeron hasta las 52 mil Tm. Y recién en el año 2006 nos autoabastecemos de este producto, mientras que el algodón se hallaba en una decadencia total.

“Había una estructura agraria definida. Los fundos tenían un área promedio de unas 150 hectáreas que tradicionalmente son las que obtienen una rentabilidad aceptable. Pero con Velasco se destruyó todo”, afirma Fernando Sabogal, presidente de ADAEPRA, ente que representa a todos esos agricultores a los que se les despojó sin haberles pagado nada hasta ahora, salvo bonos inservibles.

Sabogal, otrora próspero agricultor, señala que estaban organizados en asociaciones en cada uno de los 52 valles costeños. “La importancia de esta estructura agraria era que mantenía la calidad en la producción agrícola con bastante planificación. Las fechas de siembra estaban programadas, así como la asistencia técnica especializada. Las parcelas eran manejadas con capacidad gerencial”, recuerda.

Con este buen manejo se consiguió que casi toda la producción algodonera fuera colocada en Londres. Los prósperos centros algodoneros abarcaban desde Ica a Piura (sur y norte de Perú). En el caso del azúcar, se obtuvieron cuotas preferentes con Estados Unidos.

Apocalipsis ya

“Todo esto duró hasta la Reforma Agraria, que trajo como consecuencia la pérdida de la calidad agrícola. La tierra se fragmentó. Ya no había planificación técnica en los cultivos ni en las fumigaciones”, se lamenta Sabogal. Y con la reforma velasquista no sólo dejamos de ser exportadores agrícolas, sino que los niveles de importación de alimentos se incrementaron notoriamente.

“En el escaso lapso de (los) dos (primeros) años, el Perú nacionalista y soberano de Velasco había acentuado en más del doble, su dependencia respecto del extranjero, en un renglón tan imprescindible para la vida como son los alimentos”, apuntan los periodistas Guido y Enrique Chirinos en el libro "El Septenato".

Incluso tuvo que ordenar que se importaran papas holandesas ante la escasez de este tubérculo nativo. El dictador quería celebrar el aniversario golpista con abundante papa para la población y a bajos precios, pero no la había. Por eso dispuso dicha compra y la venta subsidiada.

Abusos y excesos

Luis Gamarra Otero, el implacablemente perseguido presidente de la Sociedad Nacional Agraria durante el velascato, conversó sobre la cuestionable Reforma Agraria. “Esa ley consideraba delito hacer empresa en el campo. La pena era la confiscación de toda tu propiedad. También se consideraba un delito muy grave hablar mal de la Reforma Agraria. Si se decía algo diferente de la versión oficial, esto era considerado traición a la patria, juzgado por tribunales militares y penado con una multa equivalente al valor de tus propiedades”, declaró.

Se creó todo un inconstitucional sistema jurídico paralelo, llamado Tribunal Agrario, presidido por el recordado Guillermo Figallo Adrianzén (también es inolvidable el general Gallegos Venero, abusivo ex ministro de Agricultura), donde prácticamente se consideraba que un ingeniero agrónomo no podía trabajar la tierra porque le hacía competencia desleal al campesino.

Parte II: la mordaza a la prensa

El extinto dictador expropió todos los diarios de circulación nacional y los puso al servicio de la autodenominada "Revolución". La madrugada del 27 de julio de 1974, mientras los aproximadamente 15 millones de peruanos dormían, la dictadura militar velasquista intervino los diarios La Prensa, Ojo, Correo, Ultima Hora y El Comercio. Otros diarios como Expreso, Extra y La Crónica ya habían sido tomados anteriormente, así como los canales de televisión.

Al amparo de las ametralladoras, ingresaron a las empresas periodísticas los flamantes directores nombrados a dedo por el tirano, periodistas y políticos que no se ruborizaron en apoyar esta infamia: Héctor Cornejo Chávez (El Comercio), Hugo Neira (Correo), Augusto Thorndike, Mirko Lauer y Abelardo Oquendo (La Crónica), Augusto Rázuri (Ojo), Walter Peñaloza (La Prensa), Ismael Frías (Ultima Hora), etc.

En esos comités editoriales también participaron personajes como Rafael Roncagliolo. Todos ellos eran conocidos como “los parametrados”, debido a que Cornejo Chávez declaró que se habían puestos los parámetros de la libertad de prensa en una abominable norma que el mismo redactó.

La toma de los medios provocó serios disturbios en los alrededores del óvalo de Miraflores, que duraron varios días y fueron ferozmente reprimidos. La ocupación de los medios terminó en 1980, apenas Belaunde asumió su segundo mandato. Tras la expropiación, estos medios se convirtieron en dóciles instrumentos de los militares. Desde entonces todo aquel que se atreviera a opinar distinto era ridiculizado, perseguido o deportado. Anteriormente el gobierno de Velasco también había clausurado la revista Caretas, Radio Noticias y Radio Continente.

En el verano de 1969, Caretas criticó la Ley de Situación Militar y luego fue cerrada y su director, Enrique Zileri, exiliado a Portugal. El semanario sufriría varias clausuras más. En junio de 1972, el director del diario popular más crítico -Ultima Hora- Guido Chirinos Lizares, fue encarcelado en Lurigancho por informar sobre el incendio de un ómnibus peruano en Arica. Lo mismo pasó con César Barreda, redactor de La Prensa.

Otros medios como Opinión Libre, Peruvian Times y Oiga fueron clausurados. El director de Oiga, Francisco Igartua, junto a nueve periodistas, fue exiliado. También se recuerda la deportación de Luis Rey de Castro por tomarle el pelo al dictador en su tradicional columna “La torre de papel”. Le acompañó el conocido humorista Sofocleto.

Arresto de opositores

Velasco persiguió implacablemente a los ex miembros del gobierno anterior de Fernando Belaunde. Así, los acciopopulistas Javier Alva Orlandini, Javier Arias Stella, Ricardo Monteagudo y Mario Serrano, entre otros, fueron deportados, mientras que Sandro Mariátegui sufría prisión y Manuel Ulloa el destierro.

También varios apristas, como Armando Villanueva, sufrieron el ostracismo. Una crítica al contrato del oleoducto le valió el destierro al decano del CAL, Vicente Ugarte del Pino, y a los periodistas Enrique Chirinos Soto, César Barreda y Federico Prieto, que fueron enviados a Argentina. La foto de la dramática despedida de las esposas de éstos dio la vuelta al mundo. También los acompañó el presidente de la Federación de Periodistas del Perú, Arturo Salazar Larraín. Hasta el cómico Tulio Loza y el empresario musical Peter Koechlin fueron exiliados.

El 5 de febrero

Tal como se detalló, 474 personas fueron detenidas en Miraflores por protestar contra la toma de los diarios. Seis meses después se produjo una protesta mayor que jaqueó a la dictadura. El 5 de febrero de 1975, la policía protagonizó una huelga, detonada por una cachetada dada por el jefe de la Casa Militar a un guardia civil, que acabó en la mayor explosión de violencia que se haya dado en Lima. El Ejército tuvo que reprimir a sangre y fuego a los limeños para frenar los saqueos. Este tumulto hirió de muerte al impopular régimen, que fue derrocado el 29 de agosto siguiente por el general Francisco Morales Bermúdez.

Velasco salió de Palacio solo y en medio de la mayor indiferencia. El tirano moriría dos años después debido a las secuelas de la flebitis (inflamación de las venas) que en 1973 le provocó la amputación de una de sus piernas.

Vergüenza periodística

Durante el cautiverio, los diarios sólo adulaban al dictador: “Perú espera el mensaje de Velasco”, “Por la revolución la vida y la muerte”, “Qué bien se le vio al Chino”, se leía. El Comercio espurio anotaba: “Esta nota saluda, alborozada, el amanecer de un nuevo día en la historia de la patria, el día de la libertad de expresión". Mientras que La Crónica titulaba con poca vergüenza: “Sin patrones ni mordaza”.

Se prometió que los periódicos serían entregados a sectores sociales, lo cual no se cumplió.

Parte III: el costo del nacionalismo del «chino»

El 9 de octubre de 1968, apenas seis días de haberse producido el golpe militar, Velasco Alvarado comenzó su gobierno con un engañoso proceso de “nacionalización” que afianzaría su rebelión. Ese día, con un aparatoso despliegue militar (bastaba enviar a un fiscal), se expulsó por viejas diferencias tributarias, a la “insolente” empresa estadounidense International Petroleum Company (IPC), que explotaba desde hacía 50 años los yacimientos petroleros de La Brea y Pariñas, y que controlaba la refinería de Talara, en Piura, al norte de Perú.

No sólo expropió las instalaciones, sino que anunció que no pagaría indemnización alguna. Por el contrario, dijo que exigiría la cancelación de una supuesta deuda que la IPC mantenía con Perú, que alcanzaría los US$690 millones. Además, declaró aquella fecha como el "Día de la Dignidad Nacional".

Lamentablemente, todo fue un montaje para las masas. Debajo de la mesa las cartas se manejaron de otra manera. El dictador llegó a un acuerdo secreto, conocido como “Green- De la Flor”, que resultó ser todo un escándalo y que se firmó a inicios de 1974.

Mediante este acuerdo secreto, Perú no sólo condonaba a escondidas la supuesta deuda millonaria de la IPC, sino que le desembolsaba US$150 millones. Es decir, a pesar de que supuestamente se combatía al imperialismo, Velasco pagó secretamente una exorbitante indemnización. Cuando el diario El Comercio editorializó indignado sobre este tema, Velasco respondió con ataques y amenazas a través del sector de la prensa que ya estaba parametrada (La Crónica, Extra y Expreso). También se deportó a juristas y a periodistas que denunciaron el hecho.

Destruyó la pesca

Pero eso no fue lo único que la tiranía velasquista hizo mal. La industria pesquera, creciente hasta hacía algunos años, empezó a dar un vuelco impensable. Atrás quedaban los tiempos del joven emprendedor Luis Banchero Rossi, que se había convertido en el más próspero empresario del rubro y que había colocado al Perú en el liderazgo pesquero mundial.

Tras su muerte, en enero de 1972, se estatizó el sector. En total se aglomeraron 84 empresas (105 fábricas, 1,400 embarcaciones y 27 mil trabajadores) bajo Pesca Perú.

Según la historiadora Margarita Guerra, directora del Instituto Riva-Agüero y autora de diversas publicaciones, “la pesca empezó a hacerse de manera indiscriminada. Se trató de conseguir el máximo provecho de la anchoveta (materia prima para la elaboración de harina de pescado), sin considerar que ello afectaba la cadena alimenticia”.

En efecto, varios informes confidenciales de la Marina de Guerra aterrizaron sobre el escritorio del entonces poderoso ministro de Pesquería y voceado heredero de Velasco a través de su partido MLR, el general Javier Tantaleán, alertando sobre una sobrepesca que afectaría la biomasa del recurso y el equilibrio hidrológico.

Pero Tantaleán, que según se dice había sido nombrado ministro porque hacía pesca submarina y sabía por eso el nombre de los peces, no prestó atención. Velasco no sólo lo apoyó, sino que incluso le mandó a construir una costosa e inútil mole faraónica (lo que hoy es el Museo de la Nación) para que instalara su ministerio.

Y vino la catástrofe ecológica por la sobrepesca. Mientras que en 1968 se extraían 10,263 toneladas de anchoveta, en 1975 la producción se redujo a 3,709 toneladas. El recurso tardó muchos años en recuperarse. Las pérdidas también se contaban en miles de millones en Pesca Perú, según el libro "Anchovetas y Tiburones" del economista Carlos Malpica, lo que le costó la deportación.

Tumbó la minería

Pese a los catastróficos resultados de la Reforma Agraria y la estatización del petróleo y la pesca, la dictadura insistió. A inicios de 1974, a través de un decreto, expropió las instalaciones de la Cerro de Pasco Copper Corporation, que extraía cobre, plomo, estaño y otros minerales de las minas de Yauricocha, Casapalca y Morococha, creando Centromín Perú.

La producción del cobre sufrió un descenso considerable. Según el libro "Un siglo de vida económica en el Perú", de Gianfranco Bardella, el contenido fino de este metal alcanzó las 218 mil toneladas en 1970, mientras que, en 1975, tras la expropiación, sólo llegó a 176 mil toneladas.

Ni qué decir de la tremenda disparada de la contaminación que sufrió Cerro de Pasco. El hierro correría igual suerte. Velasco aprovechó las Fiestas Patrias de 1975 -en agosto felizmente lo depondrían- para tomar los yacimientos de hierro en Marcona, en Nasca, que explotaba The Marcona Mining Company. Así nació Hierro Perú.

Ese año la producción llegó a 5,067 toneladas. Para 1980, con Morales Bermúdez, bajó a 3,780 toneladas.

La deuda externa se dispara

Según cifras del Banco Central de Reserva (BCR), nuestra deuda externa creció casi cinco veces. Pasó de los muy bajos US$788 millones en 1968, a más de US$3 mil millones en 1975, iniciándose un problema del cual aún no acabamos de salir.

El historiador José Tamayo Herrera explica que se subsidiaron productos básicos como arroz, azúcar, combustibles, leche y fideos, financiándose esto vía deuda externa. Además, esta deuda creció por el armamentismo. Incluso se usaron calcomanías de racionamiento de colores por días (“Ahorro es progreso”, rezaban) para evitar el alza de los combustibles, medida que resultó infantilmente inútil.